eL lunes se inauguró en Madrid la Cumbre del Clima, aquella que tenía que haberse celebrado primero en Brasil, hasta que a Bolsonaro le dio la risa, y luego en Chile, hasta que las protestas contra Sebastián Piñera obligaron a la renuncia a su organización. Pedro Sánchez estuvo listo y, entre investidura e investidura, recogió el guante y se apuntó el tanto. Lo triste del asunto es que nos acercamos al ecuador de la cumbre y su único foco sigue estando en una adolescente sueca de 16 años y nombre Greta Thunberg. Primero fueron sus andanzas en un catamarán para cruzar el Atlántico entre temporal y temporal y, luego, su llegada a Lisboa. Si el foco de un problema tan serio y urgente como el cambio climático lo ponemos en lo que hace o deje de hacer Greta, quien como muy bien dijo ella misma en la ONU tenía que estar en el colegio y no de aquí para allá como un juguete roto, es que algo no estamos haciendo bien. Empieza a dar la sensación de que la enorme figura de esta chica sirve a otros para tapar su fracaso. Ahí está el ejemplo del circo que se montó en Lisboa, recibida como una heroína -que lo es- por centenares de personas, alcalde incluido, y en directo por televisión. Resulta grotesco que la noticia no esté entre las paredes del Ifema sino en cómo viaja Thunberg; en tren, en un coche Tesla de más de 80.000 euros o hasta en burro, como le ofrecieron. Por favor, paremos ya este circo y dejemos que vuelva al colegio, que ya va siendo hora.