SIENDO sinceros, cualquiera que se encontrara con un banquero al borde de un precipio pidiendo limosna tardaría menos de medio minuto en darle una patada y enviarlo al cuerno. “¿Rescatar bancos? Que se hundan todos en el lodazal del sistema que han creado y que se reparta el dinero por barrios”. La realidad es que papá Estado no tiene más remedio que evitar una caída en cascada de entidades financieras porque al final son la base de la economía y, aunque escuece ver cómo se destina dinero público al rescate, la alternativa sería todavía peor. El Banco de España presentó hace diez días su último informe sobre el recuento de las ayudas que recibió la banca durante la crisis. La lista de beneficiarios repasa de forma implícita el camino que siguió la corrupción política y sus desmanes en las antiguas cajas de ahorros. Bankia, Catalunya Banc, Caja del Mediterráneo, Banco de Valencia, Caja de Castilla-La Mancha... Estos y otros bancos recibieron salvavidas que suman más de 42.500 millones de euros en ayudas públicas y la parte irrecuperable ronda los 28.000 millones. En un país en el que la deuda de las empresas y las personas asciende a 1,87 billones de euros, lo que supera en medio billón largo el volumen del PIB español, dejar caer a la banca habría colapsado sin duda la circulación de dinero y los canales de crédito. Pero, al igual que no dudaríamos en darle un empujón al banquero en apuros, es muy difícil ver el agujero del rescate y no barruntar lo ruinoso del negocio.