Antes del salto de Vox al coso político, en plan maletilla de la derecha en busca de la alternativa, el Estado español vivía un expediente X sin parangón en el mundo: los franquistas habían desaparecido como alma que lleva el diablo a su tumba del Valle de los Caídos o, al menos, se habían mimetizado en la jungla de la Transición. Todos intuíamos que aquellos que llenaban la plaza de Oriente y jaleaban a Franco brazo en alto en otros muchos foros de allí y de aquí, estaban agazapados en el mal menor, es decir, en el Partido Popular, pero no ha sido hasta que han venido a tocarles los huesos que han decidido desempolvar sus camisas nuevas, que tú bordaste en rojo anteayer. Los primeros en dar la cara al sol han sido los muchachos y muchachas de Abascal, pero no han tardado en reaccionar por simpatía algunos camaradas del PP y, con ellos, los celebérrimos tertulianos que ya apuntaban maneras. Ha sido rascar un poco con la uña de la exhumación de los restos del dictador y allí que se han puesto a retomar la cruzada contra los rojos y los separatistas (contra estos últimos, también se les ha sumado algún que otro rojo). Se acabó, pues, el expediente X. Estaban ahí y han vuelto. Guardaban sus esencias en arcones cubiertos por la bandera rojigualda con gallina extendida bajo la del escudo constitucional. Oírles contraponer a los horrores de Franco los de la República en un vergonzoso “y tú más” da miedo. Hoy, como ayer, solo hay una remedio eficaz contra ellos: freírlos a votos.