SI fuera yanqui y, por consiguiente, fan de las teorías conspirativas ya tendría una nueva fuente de alimentación. Se empieza a escuchar de fondo la dulce melodía del impeachment -un proceso de destitución por el que no doy ni medio centavo de dólar-, y el elefante que está rompiendo toda la cristalería de la Casa Blanca rasca a todo volumen las cuerdas de su guitarra desafinada con un nuevo misil arancelario. Además, el movimiento se produce al tiempo que EE.UU. envía señales de avanzar hacia una recesión. ¿Pura coincidencia o maniobra de distracción? A Donald Trump, como le ocurría al teniente coronel Kilgore en Apocalipsis Now, le encanta el olor del napalm por la mañana. Es una de sus drogas y está claro que no piensa renunciar a ninguna de ellas, ni siquiera estando al frente del imperio de las barras y las estrellas. Ese país está perdiendo el poco crédito que le quedaba con las bufonadas del magnate neoyorquino, aunque, curiosamente, no parece estar sufriendo desgaste entre los electores. Es el signo de los nuevos tiempos, que permiten lanzar las guerras, aunque sean comerciales, desde las redes sociales banalizando en cierto modo las actuaciones y desdeñando sus consecuencias. ¿Cómo habrían disfrutado Napoleón y Hitler con la ametralladora de internet en las manos? Se da el caso, de que estos dos dictadores, entre otras cosas, terminaron arrollados por la facilidad con la que abrían frentes y hacían enemigos. A ver si hay suerte también con Trump.