LA clase política se empeña en alborotar nuestra sufrida vida comportándose como niños en un patio de colegio que juegan al teléfono escacharrado, que es como la izquierdita cobarde -copyright de Abascal- se dedicó a llevar la inenarrable negociación para investir a Sánchez vía WhatsApp o Telegram, que lo de pactar en persona debe ser práctica trasnochada. Con sus dosis de soberbia y despreciando la máxima de que la confianza sirve en las conversaciones más que el ingenio, el contacto sin tacto entre Iglesias y el presidente en funciones fue disparatado desde que volvió a salir el sol tras el 28-A. Del gobierno en solitario a la amenaza electoral, pasando por el Ejecutivo de cooperación al de coalición, de rogar la abstención a las derechas a esperar gratis et amore y tocando la lira el apoyo de la banda sin mediar palabra; la estrategia del líder socialista se atoró en la improvisación y la arrogancia, con las filas moradas lanzadas a una subasta de cargos de quita y pon, y ambos lados dedicados a ver quién era más trilero que a seducirse. Convertido el Congreso en atril mitinero, apenas estaba en liza quién ganaba la batalla del relato faltando el respeto a millones de electores. A Sánchez solo le faltó ofrecer el Ministerio del Tiempo a ver si Iglesias abría una puerta que le devolviera a otra época pero sin calcular que, como en la ficción televisiva, podría irrumpir en el futuro. Donde, si ambos no cambian el curso de esta historia, quizás gobiernen los tres tenores.

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