TIENE mucho de épica colectiva esta falla gigantesca que fue Notre Dame reducida a cenizas pero que ha dejado intacta la estructura del pueblo francés. “Reconstruiremos Notre Dame todos juntos”, clamaba ayer Macron, como si cada uno de los franceses fuera a poner piedra a piedra, madera a madera, todos, el andamiaje gótico devorado por las llamas. Da para otra novela de Víctor Hugo esta especie de fuego purificador de la catedral más visitada de Europa dibujada ahora en el turismo 2.0, ese que en las redes sociales ha puesto a rodar a miles de turistas del mundo frente a las dos icónicas torres o la aguja del templo, que ya es historia. Es un impulso extraño y una felicidad chocante, esa de colgar una foto cuando uno estuvo allí y en la misma instantánea, un monumento, hoy, hecho unos zorros. No en pocos casos, algunos de esos protagonistas globales que llevan arrastrando 24 horas y a base de clics una catedral entera a sus espaldas, se alegrarían si el mamotreto hubiera caído entero para pasear su foto cuando existía, lo visitó y lo que es más importante, se inmortalizó con él. El mundo contuvo el aliento pero probablemente todos sus visitantes han sabido solo en las últimas horas la fecha de su creación o las obras de arte y símbolos que albergaba. Los franceses, noche en la calle, lágrimas y ave marías, deambulaban por la capital en medio del turisteo global que colgaba sus viejas fotos. El otro tesoro de París.

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