Se imaginan a Núñez Feijóo en un kibutz bombardeado y pidiendo al terrorista Netanyahu que solo el reconocimiento de la existencia del Estado palestino acabará con tan dolorosa tragedia humana? Insuperable ese Pedro Sánchez enmendando a la propia Ursula von der Leyen, desafiante con Israel y conmovido por el horror, en una secuencia fotográfica que consagra su aspiración de liderazgo internacional y, de paso, desarma al PP, aunque se haya metido en un gran charco. Ajeno a la pataleta de las podemitas ministras desahuciadas, impasible ante la cacicada que el Supremo aprecia en el ascenso a la gloria fiscal de Dolores Delgado e impávido pero sonriente silencioso por el significativo pinchazo en el debate del Parlamento de la UE sobre la futura ley de amnistía, el presidente español ha aprovechado el escaparate para dejar huella. Sobre todo para consolidar el perfil izquierdista de su nuevo mandato.

Mientras en Génova trataban de disfrazar ofuscadamente su desesperanza por la nula repercusión europea sobre el perdón al procés, Sánchez atraía a la prensa mundial con su gesto indubitado que no deja a nadie indiferente. El abismo que siempre media entre la oposición y el poder. Quizá se antoja sideral ahora mismo en el Estado español. El pulso entre estos dos bloques resulta tan desigual que parece abusivo para quien dispone de la mayoría. La derecha sigue buscando fechas en el calendario para la siguiente movilización contra las cesiones al independentismo mientras el Gobierno empieza a perfilar el nuevo Presupuesto. Sectores de la justicia claman contra su manifiesto desamparo y como respuesta reciben la bofetada del respaldo de La Moncloa al fiscal general. Algunos jueces –sirva de ejemplo García Castellón– aceleran para encausar a Puigdemont y a los cinco minutos quedan desnudas sus razones. Una catarata, en suma, de realidades tan contrapuestas que parecen imposibles de cohabitar en el mismo país.

Por el camino de tanta convulsión se van agigantando los muros de este desencuentro porfiado. Son dos. Uno lo abandera Sánchez desde su investidura contra el avance de la ultraderecha porque le asiste la razón de tantos hechos irracionales y discursos vomitivos. El otro surge como reacción indignada a la acción que promueve la nueva mayoría. Abraza desde las movilizaciones nada despreciables en plazas de muchas ciudades hasta la deplorable rentrée fascista de ridículos nostálgicos con rosarios y muñecas hinchables pasando por el lenguaje frentista de Ayuso o la propia incomprensión del paseante anónimo hacia el viraje socialista. Así es como va subiendo la temperatura de este ambiente encolerizado que incita a alistarse sin espacio para la neutralidad objetiva. Que nadie arroje una chispa incendiaria, sobre todo en este Madrid que tanto influye y distorsiona desde sus infinitas terminales hasta condicionar pensamientos y conciencias.

En Podemos, en cambio, deciden inmolarse. Nada más desalentador para aquel espíritu de regeneración democrática del 15-M que asistir al berrinche preescolar de Ione Belarra e Irene Montero en su incendiaria despedida como ministras aferrándose al puesto y que ha liderado el ranking de memes, incluida su ácida diatriba contra Sánchez y sus amigos de 50 años. Quizá tan deplorable escena, rezumando egoísmo impropio en un simple acto protocolario, venga a dar la razón a esas miles de voces críticas que jamás entendieron la elección de estas dos ministras por la vacuidad de sus méritos. Con su lloriqueo explicitaron el alcance del excluyente castigo que les ha infringido sin piedad Yolanda Díaz. Eso sí, a cambio, la vicepresidenta inocula para su heterogénea coalición un incómodo problema que solo parece curarse con la extirpación a medio plazo. El tiempo que aguante la paciencia de Sánchez. La amenaza de esos cinco votos va a ser un incordio permanente para la propia estabilidad gubernamental, siempre pendiente de un hilo desde el arranque de esta singular legislatura. En este caso, los dos muros tienen alturas muy diferentes. Incluso, llegará el día en que uno de ellos se desmoronará por inanición. Entonces, el líder socialista se habrá cobrado definitivamente la pieza política e ideológica en toda su dimensión. Lo que siempre ansió.

En el nuevo tiempo, bien sabe Sánchez que Sumar no será aquella pesadilla de Pablo Iglesias y los suyos. La confluencia de intereses garantiza una cohabitación mucho más relajada más allá de las puntuales escenografías de diferencias reconducibles en un par de llamadas telefónicas. La arriesgada apuesta propalestina les rearma más aún.