LA izquierda es Pedro Sánchez. Achica los espacios de Podemos y Sumar sin remisión. Ni se preocupa de IU porque se disuelve sola. Se adelanta a Yolanda Díaz subiendo otra vez el Salario Mínimo. Mete el dedo en la llaga de empresarios y afea también sin cortarse los beneficios bancarios. Deja a Irene Montero que se cueza en su propia salsa empecinándose con mantener inalterable la ley del sí es sí. El presidente prefiere buscar una salida airosa ante el descrédito acumulado sin inmutarse por las advertencias radiofónicas del irascible Pablo Iglesias. Hasta les reta a que cojan la puerta y abandonen el Gobierno. Se sabe fuerte. Va a lo suyo. Ejemplo, Catalunya: mete el agua en casa del enemigo y, a cambio, se asegura el poder.

Mohamed VI ha deslucido otra semana gloriosa del líder socialista. Su bofetada de desaire diplomático desprecia injustamente el tremendo desgaste de credibilidad política que supuso para el PSOE abandonar la causa del Sahara Occidental y abrazar la dictadura marroquí. Queda demostrado así que el pendenciero y vago monarca no paga favores a un presidente español mientras siga teniendo los ojos puestos encima de Ceuta, Melilla y de varios móviles del Pegasus. Nadie imaginó en Moncloa que un día más retozándose bajo el sol y el dispendio en Gabón valen más para un rey indolente que ocuparse de agasajar siquiera unos minutos a once ministros desplazados desde Madrid.

Tampoco el PP ha salido en tromba para reírse de este sonoro desplante. Bien saben que Mohamed VI no tiene crédito. Los populares siguen mordiendo en la carne fresca del solo sí es sí porque resulta mucho más rentable. Quizá represente el despropósito más acusado socialmente para el Gobierno de coalición, y en especial para Podemos. También aquí, Sánchez achica el espacio a Irene Montero. Prefiere salirse cuanto antes del marasmo, enjuagar el error con la búsqueda desesperada de un remiendo complicado y dejar a la ministra de Igualdad enrocada en su empecinada obstinación. Los socialistas empiezan a hartarse de este culebrón. Saben que es una polémica hiriente para su imagen y, a estas alturas, para sus inmediatos intereses electorales. Por eso se sacuden la responsabilidad con la búsqueda de una salida airosa, que no parece sencilla, mientras el núcleo duro de sus socios desbarra contra jueces y periodistas sin una gota de autocrítica.

Para contener este indudable desgaste que no parece tener un final inmediato, el área de inteligencia estratégica de Podemos ha fiado su suerte en desprestigiar al dueño de Mercadona y a los bancos por sus estratosféricas ganancias. Pura fidelidad a sus principios ideológicos. Hasta que llega Sánchez y otra vez les quita la bandera. Otro achique de espacios. Apenas unos días después de codearse en Davos con la burguesía económica, el presidente recupera sin inmutarse aquel discurso izquierdista que un día le valió en el Congreso para rehabilitarse de las derrotas autonómicas del PSOE y del impacto Feijóo y pasa a ocupar todo el espectro enfrente de la derecha.

En paralelo, Sánchez disfruta de la rendición de ERC. Victoria por partida doble. Solo cinco años después de la afrenta que supuso para la unidad de la patria la contundente rebelión del procès, el independentismo acaba desunido en su estrategia, deshilvanado por su desconfianza interna y aún peor: obligado en su debilidad a tender la mano al principal enemigo estatalista para que le salve del atolladero y le ayude a gobernar. Los republicanos aceptan el recuperado protagonismo del PSC en el escenario catalán y Junts ve más cerca la detención de Puigdemont tras el respaldo del Tribunal de la UE a las consideraciones del juez Llarena. Cruzado de brazos, satisfecho por el alcance de la jugada, Sánchez ve despejado su camino.

Catalunya ofrece así una imagen impensable para una inmensa mayoría. De aquel 155 tenebroso y de la represión policial, al acuerdo político y pragmático entre enemigos declarados. ERC queda absolutamente maniatada en su estrategia reivindicativa. Por eso, cuando sus líderes enarbolen, que lo harán porque forma parte de sus esencias, las ansias de referéndum y de amnistía, nadie les tendrá en cuenta. Están acotados en sus aspiraciones siquiera hasta las próximas elecciones autonómicas. El pacto de necesidad alcanzado con un rehabilitado Illa, su auténtica bestia negra, les dejará muchos pelos en la gatera. Incluso, es más que probable que unos malos resultados ayuntamientos y diputaciones les abra un boquete interno. l