LEO que el autodenominado Foro Social Permanente va a bajar la persiana el próximo sábado después de siete años en activo y me quedo frío. Hasta me pellizco sádicamente para ver si soy capaz de provocarme una lagrimita para añadir al frasco donde tengo coleccionadas las que derramé tras el mismo anuncio de disolución de Lokarri o Gesto por la paz. Pero mi cinismo trabajado a lo largo de décadas no está a la altura. En los dos casos citados, hay o hubo, cuando menos –es verdad que no en toda su trayectoria–, un intento más o menos bienintencionado de acabar con la legitimación de la(s) violencia(s). También de abrirse a distintas sensibilidades, incluso al precio de incomodar a tirios y troyanos.

El Foro, sin embargo, ni de lejos practicó tal valentía. Sí, es verdad que atrajo a su seno a unas cuantas personas llenas de buena voluntad (con su tantín de ego, en no pocos casos) provenientes del otro lado de la línea imaginaria. Pero nos conocemos lo suficiente para saber que eran unas habas muy contadas y que su presencia operaba a modo de coartada para dar apariencia de pluralidad a unas denuncias y unos emplazamientos que sistemáticamente han evitado a los mayores vulneradores de derechos humanos de nuestra tristísima historia reciente. Qué oportunidad perdida para haberlos señalado en segunda o tercera persona del singular o del plural, en lugar de refugiarse en las tibias formas reflexivas. No es “Se hicieron cosas injustas” sino “ETA hizo cosas injustas que debimos denunciar”. Ello, con doble subrayado para el sujeto que asesinó, extorsionó y persiguió. Pero, claro, ese no era el objetivo.