Como era previsible, el autogolpe de Pedro Castillo en Perú ha inspirado a los amanuenses diestros las comparaciones de rigor con sus obsesiones habituales.

"La caída de Castillo es una buena noticia para los demócratas, al igual que la decadencia de Podemos"

Francisco Marhuenda (La Razón)

Castillo, otro amigo de Podemos”, titula su homilía el director de La Razón, Francisco Marhuenda. En la letra menuda, nada sorprendente: “Desde que fue elegido demostró que era un auténtico indeseable, aunque contara con la simpatía de los acólitos de Iglesias. Los populistas adoran el autoritarismo y la obsesión por «salvar» al pueblo, aunque no necesite ser salvado. Confío en que Iberoamérica regrese a la centralidad con partidos que respeten las instituciones. La caída de Castillo es una buena noticia para los demócratas, al igual que la decadencia de Podemos. La democracia es siempre la mejor medicina para acabar con los populismos”.

"En España no hay televisión para parar el golpe a plazos de Sánchez"

F. Jiménez Losantos

Federico Jiménez Losantos tampoco defrauda al hacer el correspondiente tirabuzón que acaba igualando a Sánchez con Castillo: “De intento, nada. Fallido, porque el Estado resistió cuando, como en Cataluña, para tapar su corrupción, Castillo dio el Golpe. Pero ni lo de aquí fue ensoñación ni lo de Perú intento. Golpe de Estado y punto. En España, lo de Castillo no sería delito. Y no hay televisión para parar el golpe a plazos de Sánchez”.

El editorialista de El Mundo completa la terna de trapecistas argumentales, también con la mención obligatoria al delito de sedición y Podemos: “Lo más relevante no son los vínculos del partido morado con el bolivarianismo, sino señalar que con la derogación del delito de sedición, los delitos de Castillo quedarían en España reducidos a meros desórdenes públicos”. Ya. Será eso.

Y si Castillo sirve para las comparaciones a favor de obra, lo mismo cabe decir del ya defenestrado entrenador de la selección española de fútbol. El columnero de ABC Jesús Lillo bate récords con la suya, metiendo en la misma ensalada al asturiano, el inquilino de Moncloa y, de propina, el sátrapa ruso. “Luis Enrique, Pedro y también Vladimir” es el título de la pieza cuya teis es la que sigue: “Luis Enrique no es más que la adaptación al medio futbolístico de un modelo de caudillismo público –tolerado por la opinión pública, si no aplaudido, con una docilidad proporcional al grado de su síndrome de Estocolmo– que se extiende por todos los ámbitos y que se percibe a través la fatuidad de quien hace 'streaming' con lo que puede y lo que le dejan. El 'no es no' y el 'solo si es sí' –alfa y omega de nuestro Gobierno de jactancia y progreso– no son más que expresiones de esta nueva era de la humildad”.

También en el vetusto diario, Mariona Gumpert se apunta a la mezcla de velocidad y tocino: “Ahora bien, deberíamos guardarnos de criticar a Luis Enrique cuando nosotros mismos somos incapaces de ver que hemos llegado a un punto de no retorno en el que los presupuestos y las leyes de la nación española las dictan quienes manifiestan sin ambages que no desean pertenecer a ella. Gente que exhibe con recochineo la facilidad con la que doblegan al dictadorzuelo de Moncloa para llevar a cabo sus miserables planes”. Mejor lo dejamos aquí.