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El sacacorchos

Jon Mujika

Brindis a la vida después de la prisa

En este país donde la juventud se vende como una crema milagrosa y la arruga se disimula con bisturí y filtro de Instagram, hay una esquina verde y atlántica llamada Bizkaia donde los mayores no se jubilan de la vida. Allí, entre brumas dulces de eucalipto y colinas de hierro oxidado, ha surgido un proyecto llamado Erreferenteak, una palabra que huele a raíces, a memoria y a boca sabia. Lo impulsa la BBK, sí, esa misma institución que durante generaciones ha funcionado como el viejo roble al que se atan las cuerdas cuando sopla el viento fuerte.

Pero no nos engañemos: esto no es un programa de ocio para que los abuelos jueguen al parchís con Wi-Fi. Erreferenteak no trata de entretener, sino de despertar. De invitar a los mayores de 55 años –esa edad en la que el mercado ya te empieza a mirar como a una silla coja, se lo digo por experiencia propia...– a reclamar su lugar no como carga, sino como faro. Uno podría decir que Erreferenteak es un brindis a la vida después de la prisa, una manera de convertir la experiencia en un bien común, como el pan recién hecho o una canción que no pasa de moda.

¿Acaso no vivimos en una época donde la memoria se subcontrata a Google y los abuelos se arrinconan como muebles antiguos? Pues bien, este proyecto viene a ponerle un espejo al presente para decirle que sin pasado, no hay porvenir. Los participantes de Erreferenteak no solo comparten sus vivencias; las transforman en relato, en ejemplo, en motor. Hacen lo que hace la buena literatura: rescatar lo humanoa.

Se habla ahora de “nueva longevidad” como si el envejecer fuera una moda escandinava. Pero los vascos, que han envejecido entre tempestades y barricadas, saben que no hay edad para empezar de nuevo, solo voluntad. En los salones donde se reúnen los Erreferenteak no suena reguetón ni se reparten pastillas; se cruzan miradas que han visto huelgas, nacimientos, entierros, migraciones, besos prohibidos, y una guerra que nunca debió escribirse en mayúsculas.

Quizá el mayor logro de este proyecto no sea la actividad ni el impacto social medible en informes, sino ese invisible estremecimiento que se produce cuando alguien que ya había sido apartado del centro descubre que aún puede ser referencia. Que la vejez no es retirada, sino trinchera. Que el secreto y la diginidad no está en tenerlo todo claro, sino en seguir haciendo preguntas.