He ahí como en el mismo cielo se entremezclan el rugido de los motores de avión y el eco de los árboles, que tanto tienen que decir. Les hablo de la ampliación del aeropuerto de Bilbao y el nuevo parque de aventuras de Pike, dos instalaciones que miran a lo alto. Paseemos por estos dos proyectos de la mano de la imaginación.

Seguro que aún queda quien todavía se santigua cuando oye despegar un avión. Dice que no le da miedo el ruido, sino la prisa. Que el cielo, desde su cocina, antes era un lugar más lento. Ahora, parece que nos lo quieren ensanchar.

Ampliarán el aeropuerto de Bilbao. Más pistas, más vuelos, más turistas, más conexiones. Más. Siempre más. Un hormigón que se estira como si aquí se pudiera estirar también el tiempo. Nos dicen que es progreso. Que traerá riqueza. Que nos pone en el mapa. Como si alguna vez hubiésemos estado fuera.

Y justo a unos kilómetros, como una ironía con pretensiones de ecofriendly, proyectan un parque de aventuras. Tirolinas que cruzan el espacio como rayón de bolígrafo. Diversión prefabricada sobre un bosque domesticado. Para que los niños de ciudad puedan jugar a perderse sin perderse. Un parque para sentir la naturaleza sin mancharse de tierra.

Hay algo en este encadenamiento de noticias que suena a contradicción vestida de oportunidad. Un aeropuerto más grande para volar más lejos. Y al lado, un parque de aventuras para fingir que seguimos cerca.

Bienvenidas sean las dos pero... A veces uno se pregunta si crecer no será también aprender a dejar de estirar. Si no estaríamos mejor cuidando lo que hay en vez de seguir metiendo cosas donde ya no caben. Los que tienen la voz y los planos dirán que es necesario. Que no hay por qué ponerse dramáticos. Que la economía empuja y pide. Y aplaudiremos. Seguro que sí.