Hay algo profundamente misterioso y bello en la soledad de un piloto de rally. No se trata solo de la destreza para manejar a través de caminos agrestes y desolados, sino de una conexión invisible que establece con el terreno, con la máquina y, quizás lo más importante, con uno mismo. Al igual que los grandes exploradores de la historia, el piloto de rally no se enfrenta únicamente a los obstáculos de la ruta; se enfrenta a sus propios límites, a sus dudas, a su capacidad para encontrar el camino cuando todo parece perdido.
En un viaje de ese tipo la soledad no es una condena, sino una compañera. Quien compite en estas condiciones, a menudo en territorios donde las señales de tráfico son escasas y las rutas se desdibujan en el horizonte, debe ser un maestro en la orientación, una suerte de Osa Mayor humana. Aquí no basta con seguir un GPS o un roadbook; se trata de tener la capacidad de leer el paisaje, de interpretar el terreno, de confiar en la intuición y en el conocimiento.
A diferencia de otras disciplinas donde la comunicación constante con el equipo es esencial, el piloto de rally, especialmente en las etapas más aisladas, se encuentra en una situación de vulnerabilidad extrema. La desconexión, esa ausencia de voces externas, le permite escuchar su propio ritmo, los latidos del motor, el sonido de las ruedas sobre el asfalto, la arena o la tierra. Cada movimiento, cada decisión se basa en una lectura directa de las condiciones del terreno. En esa habilidad se maneja con soltura Guillermo Jauregi a bordo de un 4x4, un todoterreno sobre el que volcó todos sus conocimientos y una pasión desbordante. Ese es el secreto par dar con el ritmo secreto del misterio: echarle el combustible de un corazón entregado a la conducción de un vehículo duro de pelar, sí, pero presto a llevarte allá donde tu empuje te diga. Es un buen espejo para el día a día que nos queda por delante en este 2025 de estreno.