"En medio de las armas, las leyes enmudecen", dijo Cicerón, lo que viene a corroborar que la sentencia es más vieja que el hilo negro. Tras el reciente tiroteo de Burtzeña se ha despertado otra negra sombra del ayer, la vieja ley del Talión que aparecía en el código de Hammurabi, el tristemente célebre “ojo por ojo, diente por diente”. Se trata de un principio de reciprocidad exacta que espanta. Ver a los familiares de las personas heridas y del muerto acercándose al escenario del crimen para romper el cordón policial y proferir insultos y amenazas de muerte contra los responsables de la barbarie. Para la gente con los ojos inyectados en sangre no hay otra manera de hacer justicia si es que la sangrienta venganza puede llamarse así, cosa que no creo.

El eco de un disparo, de muchos, resuena en la memoria colectiva de una comunidad que no en pocas ocasiones ha vivido escenas violentas. El tiroteo se vivió ya, es irremediable. Pero su eco, como les decía... ¡ay, su eco! Desde la templanza sabemos que el verdadero modo de vengarse de un enemigo es no parecérsele pero no sabe uno si eso será posible. Hierve la sangre.

Burtzeña está aquí, a dos pasos de la inmensa mayoría de ustedes, pero qué lejos nos queda. Hoy es un mundo con el alma en llamas y no se sabe si habrá agua que enfríe esa ira. Al parecer los protagonistas viven rodeados de violencia por las cuatro esquinas y es complicado conseguir que dejen el castigo en manos de la ley. Les retumba, insisto, el eco de las balas a los familiares de las víctimas y ese es un sonido que enloquece.

La tragedia de Burtzeña no es solo un hecho aislado; es un síntoma de una enfermedad más profunda. La normalización de la violencia, el desdén por la vida ajena, y la falta de empatía son elementos que, aunque a menudo ignoramos, están presentes en nuestro día a día. El problema es que el día a día es tan feo que...