DESDE hace décadas la controversia rodea a la figura de Eugenio María Giuseppe Giovanni Pacelli (1876-1958), quien entre 1939 y 1958 ocupó el trono de San Pedro bajo el nombre de Pío XII, en particular por su actuación durante la II Guerra Mundial. Dos corrientes de pensamiento litigan sobre su figura: ¿Fue el Papa de Hitler o el salvador de los judíos? Esa es la pregunta que tanto pesa. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial la imagen del pontífice parecía inmaculada y a su muerte en 1958 líderes judíos de la talla de Golda Meir, quien para la época era ministra de Exteriores de Israel, exaltaron su figura.

Esta corriente cambió en la década de los 60, cuando el escritor alemán Rolf Hochhuth publicó su obra El Vicario, en la cual cuestionaba el mutismo papal durante la guerra. A Pío XII se le atribuye la autoría de la encíclica Mit brennender Sorge (Con ardiente preocupación), publicada en 1937 por su antecesor en el cargo y en la cual se condenaban duramente las políticas del régimen nazi. Sin embargo, en abril de 1939, en un discurso radiado, el Pontífice mostró su lado más conservador al declarar su “inmenso gozo” por la victoria del general Francisco Franco en la Guerra Civil española frente a sus rivales republicanos y comunistas porque garantizaba que España siguiera siendo “baluarte inexpugnable de la fe”.

Ahora, cuando la comunidad de las clarisas de Orduña anuncia que abandonan la Iglesia Conciliar debido a la “persecución” que sufren y que se sienten“bloqueadas” por Roma al no otorgarles la licencia de venta del convento de Derio –la vieja disputa por unas tierras que tanto daño ha hecho a la Humanidad...–, han señalado que el último Sumo Pontífice válido fue precisamente él, Pío XII. Si a ello se le suma su adhesión a la corriente thuquista, ultraconservadora, ya está el cristo montado.