Veámoslo en toda su magnitud. ¿Es el deporte escolar aquel que aporta las habilidades necesarias para el desarrollo de cualquiera de las modalidades deportivas y la educación física la que fortalece el cuerpo y el espíritu, la que incide en los valores personales? ¿Acaso no son ambas diferentes expresiones con la misma raíz? Esa impresión da. Los deportes tienen su origen en las tradiciones más antiguas de las civilizaciones. A lo largo del tiempo han ido evolucionando sus características hasta conformar lo que conocemos actualmente. Si bien el deporte no se ha fraguado en la escuela, no es menos cierto que su introducción en ella sirvió de estímulo o incentivo para un mayor desarrollo de sus formas. Gracias a Thomas Arnold, quien al parecer dio una importancia grande a la práctica de la educación física y el deporte de competición, este papel fue exagerado por la Historia del deporte del barón Pierre de Coubertin, impresionado por la novela autobiográfica que Thomas Hughes escribió sobre sus días de formación en Rugby.

Vista la historia en pleno siglo XXI nos encontramos con la cara y la cruz de la misma moneda. Quiere decirse que de la misma manera que se obtiene la gloria por la formación del cuerpo y del espíritu del joven deportista, aparece la vergüenza de muchos progenitores que se sienten los guardianes de las habilidades de sus hijos y las defienden a capa y espada, por encima de cualquier otra consideración. Se diría que son padres y madres que no se formaron en esos valores y creen que sus hijos están por encima de todo. El programa de iniciación al deporte de la diputación tiene como finalidad posibilitar una progresiva iniciación en el mundo del deporte y está dirigido al alumnado de los cuatro primeros cursos de primaria. Hay que pensar en una iniciación a la paternidad.