HABLANDO de taxis, la luz más apreciada, ya lo imaginarán, es la verde, esa que anuncia la disponibilidad del vehículo para su uso como servicio público. Y ni siquiera su aparición en el horizonte del asfalto es una noticia que siempre se celebra ¿Acaso el zapato que va bien a una persona no tiene una horma estrecha para otra...? Digamos que no hay receta de la vida que vaya bien para todos. Quiere decirse que ni siquiera esa faro verde supone una alegría universal: hay gente que no tiene recursos para pagarse una carrera y hay personas con problemas de movilidad que no pueden subirse a bordo de un taxi cualquiera.

Con todo, en ocasiones especiales se viven situaciones mágicas para esta gente sin posibilidades de acceso en las que la calabaza del taxi se convierte en carruaje que te lleva a palacio. Permítanme que les cuente. En estas fechas aparecen en nuestras carreteras 15 vehículos SP que organizan carreras solidarias para que personas mayores que viven solas o en recursos municipales puedan disfrutar de la iluminación navideña de la ciudad. El transporte les lleva por las calles más iluminada y uno supone que también para el conductor o la conductora implicados hay una ganancia: la sonrisa de quienes pueden sumergirse en ese mundo brillante al que no podían acceder por medios propios.

Es una carrera luminosa, una de esas ideas felices que acostumbran a florecer en el invierno navideño. Se habla, no sé con cuántos visos de que esté confirmada su existencia, del espíritu de la Navidad que nos cambia el carácter por unos días y para bien, nos convierte en seres más asequibles unos con otros. Ver el brillo de asombro en los ojos de la gente mayor que no podía regodearse en los resplandores de estos días es algo hermoso. La idea de llevarles en taxi suena como los ángeles, toda una melodía que invita a felicitarse.