EN la naturaleza no existe lo gratuito. Todo es funcional. Los bellísimos colores de una mariposa no tienen otro fin que el de mimetizarse con el paisaje y así con las cascadas y los atadeceres; con el cuello de la jirafa y los ocho tentáculos y tres corazones del pulpo, pongamos por caso. Solo cuando el hombre inventó el arte profanó esa ley de causalidad. Por eso el ser humano se avalancha sobre cualquier historia de la que cuelga el cartelito de Gratis total, porque su instinto le dice que es una rareza.

¿He dicho que nada...? Igual es una exageración. No por nada todos conocemos a alguien que no sabe despedirse porque para él o ella el tiempo es elástico y gratuito. Es más, en ocasiones nos pasa a nosotros mismos, casi sin darnos cuenta. Viene al caso esta reflexión ahora que la Diputación viene a decirnos que nanay de la China, que el tiempo dedicado a organizar una oposición tiene un coste. Los gastos de reloj, sí. Pero también de recursos humanos, de materiales, de papeles, bolígrafos y caramelos. Siendo gratis la inscripción, el gentío se apunta porque sí. Al igual que hay cuadrillas de adolescentes que pasan las tardes de los sábados en los centros comerciales probándose ropas que no van a comprar. Como diversión o como juego, por darle rienda suelta a esa fantasía del cómo me queda algo que está fuera de mi alcance. También hay gente que pasa por los probadores para ver si la talla elegida es la que le calza como un guante y luego hace su compra en el zoco de Internet. Es gratis total. Y recuerdo aún las colas en El Corte Inglés cuando la gente se arremolinaba alrededor de los altavoces donde podía escuchar un disco de prueba. O las inauguraciones de exposiciones de arte, donde la más grande de las habilidades es la de entrar en una galería o un museo hambriento y salir de allí cenado. Es el Gratis total, un canto de sirena que llama y llama...