Pasados los días reservados para el fútbol de selecciones afronta el Athletic jugar en nombre propio, el regreso a una nueva travesía en los campeonatos que le rodean: la liga y la Europa League. Van a disputar ocho partidos en un mes breve como febrero, a caballo entre noviembre y diciembre con un exigente tránsito en la liga y la expectante recta de meta de la primera mitad de la competición continental. Todo un desafío si se mira la identidad de los contrarios. Se diría que van a regresar al juego en hora punta.

Vista la realidad y las demandas del calendario se hace necesaria la invocación a cuanto amuleto quede al alcance de la mano. Los leones, por ejemplo, han ganado en el regreso de los dos parones previos, como si el oxígeno del descanso les llenase los pulmones. Les espera, además, uno de esos partidos de hierro que tanto esfuerzo reclaman: un derbi contra la Real Sociedad en San Mamés. Busquemos otro trébol de cuatro hojas: los leones han encadenado cuatro victorias consecutivas (tres en liga y aquel áspero 1-0 de la Euskal Herria Txapela de 2022...) como anfitriones. A ese espíritu de guardián del castillo habrá que invocar, habida cuenta que se avecina la tormenta de las peregrinaciones: los hombres jugarán el último partido en casa el 8 de diciembre y no regresarán hasta el 26 de enero del año próximo, todo un trágala.

Porque, no hay que olvidarlo, aquí en San Mamés, en este lugar sagrado, la fortaleza del equipo se manifiesta no solo en el juego, sino en la conexión profunda que establece con su afición. Les escribo desde la vieja tribuna de los veteranos a quienes acaban de llegar, a quienes ya se han bautizado en una pasión. Oídme bien y preparénse para el domingo. La fortaleza del Athletic en San Mamés no se mide únicamente en estadísticas o en victorias. Se encuentra en la historia que se respira en el aire, en las leyendas que han pisado este césped y en los jóvenes que sueñan con seguir sus pasos. Es un legado que se transmite de generación en generación, donde cada aficionado se convierte en guardián de una tradición que honra la identidad vasca. Aquí, el fútbol es más que un juego; es un acto de resistencia, una celebración de la cultura y un grito de unidad. Vienen, como ya os lo he dicho, ocho partidos encadenados y un vacío en casa. No podemos, no debemos, dejarles que partan sin provisiones a tan largo viaje. Acompañémosles.