LLEGABAN noticias inquietantes desde la dársena del Club Marítimo del Abra. ¡Hombre al agua! gritaron las gentes de la mar que vieron cómo Agustín Guisasola tropezó en el último paso, el que iba de tierra firme a la gabarra, y cayó por el estrecho hueco a las aguas. Hoy se cuenta como un sucedido de aquellos días –dicen que el propio Liceranzu, sentado en la borda, también estuvo a un paso de caer en plena navegación...–, pero se rozó la tragedia, aseguran quienes lo vieron.

Unas millas más allá, ría arriba, se vivía otro drama, este más concreto. Los trabajadores de Altos Hornos de Vizcaya (AHV) sufrían aquella dura reconversión industrial de los años ochenta, década en la que AHV aún contaba con 11.000 trabajadores directos. Doce años después, tras una larga agonía, en julio de 1996 se cerraron definitivamente sus últimas instalaciones. Lo ha recordado Javier Clemente en más de una ocasión. “Ver aquellos hombres dejar sus puestos de trabajo y asomarse al paso de la gabarra fue lo que más me emocionó. Mi padre podía ser uno de ellos”.

Era aún el Bilbao de hierro que se resistía a su muerte y vivía en el crepúsculo y eran, todavía, los años de plomo. Bilbao se asomaba a las mismas aguas que nueve meses antes había traído la tragedia tras aquella gota de fría de agosto del 83, cuando unas inundaciones arrasaron Bilbao a su paso. Para entonces, para el tiempo que dura una gestación, Bilbao ya había demostrado temple y nervios de acero para salir del pozo. Cómo no celebrar los títulos del Athletic, la única sonrisa en un valle de lágrimas.

Sarabia, Manu Delgado, Sola y Natxo Biritxinaga, fallecido en 2012, cantan abrazados durante el recorrido de la gabarra por al ría en 1984. ATHLETIC CLUB

Estos días se han vuelto a derramar los llantos, en este caso de felicidad. Tengo que preguntar a quienes hoy acompañen a la gabarra en su travesía si las aguas de la ría son saladas, de tanto lagrimón como se ha vertido.

Quienes se han ganado el derecho a soltar las amarras de esa gabarra que inspiró a Cecilio Gerrikabeitia (habló con Pedro Aurtenetxe y le propuso esa idea al recordar la vieja canción que decía “por el río Nervión, bajaba una gabarra, rúmbala, rúmbala, rum...”, dedicada al Acero Club de Olabeaga, primer equipo que celebró sus triunfos sobre las aguas...) no verán los paisajes de entonces. La propia ría ya no gasta ese color chocolate de los vertidos y los edificios que se cruzarán a su paso, algunos de ellos ya abandonados, tampoco lucirán esa capa de sucio gris hollín que tanto asustó a Iribar cuando llegó por primera vez a la estación de Atxuri. Quedan algunas ruinas del pasado industrial y La Carola es testimonio de las grúas a las que se subían los más osados. Hoy está vallada para que la audacia no caiga en la tentación.

Aquel año del 84 la gabarra llegó hasta el puente de San Antón. Era el símbolo de la ciudad, a falta de un Guggenheim que hoy también se rendirá al paso de un equipo con glorias renacidas. Una curiosidad, donde hoy se asienta estaba enclavada la Campa de los Ingleses (en realidad se llamaba así porque hasta 1908 hubo un cementerio británico...), aquel paraje donde atracó un barco del que desembarcaron rudos marineros con un balón en los pies. Unos versos de Kirmen Uribe, o orillas de la ría, aún lo recuerdan. Oigámosle. “(...) Algunas veces, el balón caía al agua y había que ir a buscarlo. Si estaba lejos le echaban piedritas para que se acercara a la orilla. Las piedras creaban ondas, pequeñas ondas que se hacía cada vez mayores. Y así, el Athletic jugó en Lamiako, y después en Jolaseta. Y, finalmente, en San Mamés. Una ola, y otra ola, y otra”.

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Para cuando la gabarra pase a su lado ya habrá superado las tierras del astillero Euskalduna, inmerso ya en aquellas triste batalla, ¿se acuerdan...? Incluso los guerrilleros pactaron una tregua. Era el Athletic.

Había sobrevolado la barcaza las costas de Sestao, Lutxana, Elorrieta, Zorrotza, Olabeaga, la Ribera de Deusto, e iban hacia los muelles de Uribitarte y Ripa, aún puertos de Bilbao. Un millón de personas lo vieron.