TRAS la gran polvareda política y mediática levantada hace poco más de quince días por los recibimientos públicos que tuvieron lugar en Hernani y Oñati a los expresos de ETA José Javier Zabaleta Baldo y Xabier Ugarte después de haber permanecido largos años en prisión, y también por las reacciones de EH Bildu a las críticas por estos actos que objetivamente pueden ofender a las víctimas, las declaraciones de los últimos días tanto desde la izquierda abertzale como del entorno de los reclusos e incluso desde las víctimas parecen haber encauzado este espinoso asunto hacia la senda de la cordura, la reflexión y, es de esperar, a la reconducción. La izquierda abertzale se ha movido respecto a estos ongietorris en un terreno resbaladizo, en el que ha reivindicado a un mismo tiempo lo que Arnaldo Otegi acuñó como el “derecho al abrazo”, y ha intentado negar que se trate de homenajes y que se busque la ofensa o humillación de las víctimas, mientras ha desoído el clamor de las mismas mostrando una nula empatía. En los últimos días, sin embargo, y gracias en gran parte a la presión social y política, incluido el lehendakari, Iñigo Urkullu, y el Gobierno vasco, algo ha cambiado. En cierta sintonía con lo que prácticamente desde el inicio de esta polémica planteó el Foro Social Permanente, tanto desde organizaciones en favor de los presos (Etxerat y Sare) como voces autorizadas de la izquierda abertzale como el propio Otegi o Miren Larrion han abogado por reflexionar respecto a si los ongietorris pueden añadir dolor a las víctimas y han instado a buscar fórmulas para realizar recibimientos a los reclusos que no ofendan ni a los damnificados por ETA ni a la propia sociedad vasca. Así lo recalca, también, el portavoz de Sare, Joseba Azkarraga, en la entrevista que hoy publica DEIA y en la que llama a no incrementar el sufrimiento de las víctimas y también a la aplicación de la legislación penitenciaria que, mediante cambios de grado y permisos previos, permitiría a los presos pisar la calle antes de lograr su libertad plena. En cualquier caso, el camino no es ni abundar en actos de exaltación pública ni en prohibiciones o en la judicialización de los recibimientos, sino en su reconducción real mediante actos privados, sin la proyección y ocupación del espacio público que han tenido muchos de ellos.