CONFIESO que la expresión “de país”, cuando fue incluida y amplificada en la propuesta que presentó Arnaldo Otegi en 2016, me sonó en principio a tópico propio del argot doctrinal de la izquierda abertzale, ya que a partir de entonces el término fue incorporado en los discursos habituales de EH Bildu como un mantra. ”De país”, que yo entendía como algo desconectado o aislado del resto del mundo, como algo diferenciado de cualquier otro ente político o territorial, que debería sernos ajeno. Luego resultó que no, que “de país” como propuesta podía ser lugar de encuentro para cohesionar nuestra sociedad en las bases fundamentales de la convivencia.

Plantear acuerdos “de país” viene a ser buscar puntos de encuentro esenciales para que nuestra sociedad alcance una estabilidad duradera en tiempos difíciles. Por tanto, los acuerdos “de país” no se contemplan de manera coyuntural y sobre materias ocasionales, sino que tienen como objetivo trascender el límite temporal y mantenerse por un largo recorrido. Por su trascendencia y la repercusión de sus efectos en la vida social, sería además conveniente que esos acuerdos fueran suscritos y aprobados por la mayor parte de los representantes políticos presentes en las instituciones.

En este planteamiento, y es una buena noticia, ahora parecen coincidir las dos grandes formaciones abertzales –PNV y EH Bildu– que suman de sobra la mayoría social de este país aunque, insisto, sería muy conveniente que la oferta fuera también aceptada por el resto del arco parlamentario. En el contexto del autogobierno, el lehendakari Urkullu concretó en el pleno de política general los acuerdos que deberían merecer el rango de pactos “de país”, por afectar a la práctica totalidad de personas que habitan en Euskadi. Se trata de acuerdos, tal como los planteó el lehendakari, a los que se debería llegar desde ahora y con independencia de procesos electorales, acuerdos más precisos que nunca teniendo en cuenta las circunstancias extremas y sin precedentes que estamos viviendo.

Sería necesario, por tanto, que se llegara a acuerdos estables en materias tan sustanciales y que afectan a toda la ciudadanía como la educación, la salud pública, la protección a las personas más vulnerables y los retos que se nos vienen encima como el demográfico, el energético y el cambio climático. Nada de pactos para tapar agujeros aprisa y corriendo, nada de apaños de tente mientras cobro, nada de salir del paso de forma coyuntural como en tantas ocasiones ha ocurrido, sino el logro de amplios acuerdos que garanticen una larga duración. Bien podrían tomarse como “de país” acuerdos que se han mantenido durante decenios como el de Educación de 1993 con Fernando Buesa como consejero.

Aclarado ya el significado del término “de país”, y siendo conscientes de que en ello nos va el bienestar colectivo para el próximo futuro, lo que debemos esperar de nuestros políticos es disponibilidad para alcanzar esos acuerdos por el bien de todos, por encima de ambiciones partidistas y en la convicción de que cualquier pacto lleva consigo transacción, dejar pelos en la gatera y renunciar de salida al botín político. Este país se lo merece.

Pero, para variar, nos encontramos en un momento con elecciones a la vista y me temo que prevalecerá aquello de al enemigo, ni agua. Al menos de salida. Ya lo iremos viendo.