L videoarbitraje ha matado el espectáculo del fútbol al intentar gestionar los hechos con criterios de forense y, a la vez, reducir las capacidades de la tecnología digital hurtando parte de su fiabilidad. Nadie está satisfecho con su aplicación, menos el Real Madrid que siempre tuvo guruzetas y undianos mallenco que le auxiliaran, y ahora también. Así, así gana el Madrid. Y si la irrupción del VAR en los estadios ha sido contraproducente, para el telespectador es desquiciante, pues debe elegir la verdad en las jugadas dudosas entre lo que ve, lo que dicen los comentaristas del partido y lo que deciden los jueces de pantalla. Con cuidado, porque las emociones construyen la realidad.

El VAR nos deshumaniza. ¿Cómo protestar contra un fallo, si los del video están escondidos en una sala a salvo de la furia popular? Antes de este sistema el hombre del pito tenía mérito e incluso era digno de compasión por ser diana de improperios y salir protegido por los escudos de la policía. Los árbitros de campo ya no ejercen una profesión de riesgo y son apenas funcionarios que se limitan a hacer, casi siempre, lo que les indican por el pinganillo. ¿Quién manda aquí? El telearbitraje es el tribunal supremo y el colegiado de campo, un simple juez de instrucción.

¿Quién se opone al dictado de la tecnología? Los escépticos y los prevenidos de sus trucos. Se escamotea a la gente cómo toma sus decisiones el VAR. Si su uso fuese honesto mostraría al espectador todas las imágenes y también los audios que se cruzan entre los teleárbitros y el del césped, lo que podría dejar en evidencia sus atolondrados juicios. Con los últimos partidos de Champions y Europa League asistimos estos días a las vilezas finales del VAR en esta infeliz temporada, cuando este virus con su tramposa infalibilidad contaminó el fútbol. La vacuna es cerrarlo ya.