nos despertamos hoy con el palmarés de los Oscar. El cine es todavía lo que la tele no alcanza, una mitología de la cultura contemporánea. La tele es zafia y oportunista, como puso de manifiesto Sálvame el pasado lunes con la caricatura informativa del aterrizaje de emergencia de un avión canadiense con 150 pasajeros a bordo. Al ocurrir por la tarde, el programa de cotorras y cotorros se hizo cargo de la noticia. La redacción estaba echando la siesta. Ya aconteció lo que solo en la España cutre es posible: Belén Esteban, siguiendo el hilo por WhatsApp de un confidente desde Barajas, dio la primicia del feliz aterrizaje. Antes que ninguna otra cadena. Hubo vivas y alborozo. La chismosa mayor del reino brindó una versión carpetovetónica de Aterriza como puedas. Con este episodio, José Luis Cuerda hubiera bordado una escena pletórica de surrealismo.

¡Ay, el cine, cuántos delitos se han cometido en tu nombre! La última gran película sobre accidentes aéreos fue Sully, en 2016, protagonizada por Tom Hanks y ganadora de un Oscar menor. En la década de los setenta Hollywood se volcó con el catastrofismo y surgió el ciclo Aeropuerto, con tan malas historias que triunfaron en taquilla. Una década después llegó la venganza sarcástica recreada por Leslie Nielsen. Nadie compondrá una sátira a Belén Esteban, ya le gustaría, como hizo Santiago Segura con un cameo espantoso en su Torrente 4. A lo más, un publicitario burlón la convirtió en 2011 en la imagen nacional de la carne de conejo. El tratamiento audiovisual del incidente aéreo de Madrid fue puro alarmismo. Los pilotos expertos advirtieron que no era para tanto; pero el instinto carroñero primó sobre los hechos y sus riesgos ciertos. Es el gran problema de la televisión patológica: es adicta a la realidad desorbitada. ¿Cuál es la realidad y cuál su camuflaje de histeria?