Este es el cálculo de telespectadores para el Barça-Real Madrid de hoy: 500 millones de seres humanos de 182 países. Puede que menos, pero lo importante no es cuántos, sino qué verán -o que se les permitirá ver- en sus televisores. Quizás disfruten de un gran espectáculo y un formidable partido. Lo que es seguro es que no se enterarán de nada más que los goles y el juego. Se ha hablado mucho estos días de los dispositivos de seguridad para garantizar que, primero, el encuentro deportivo se celebre; y, segundo, que no se registren incidentes fuera y dentro del Nou Camp. Barcelona es este miércoles la ciudad más vigilada del mundo y las autoridades contienen el aliento ante el temor de altercados que ofrezcan al mundo la realidad del conflicto político de Catalunya y las protestas contra la condena a prisión de los líderes independentistas.

Pero lo esencial no es de carácter policial u orden público. Lo es la misión de la tele, para lo que ya tiene directrices claras. Los responsables de la retransmisión son los grandes -y menos visibles- protagonistas. Ni Messi ni Benzema, sino el jefe de realización. El objetivo es que a los telespectadores, sobre todo de fuera del Estado, no les lleguen imágenes de carteles reivindicativos, ni hechos políticos relevantes al margen del partido. Las tomas generales de las gradas serán lejanas. La prioridad es que las imágenes no dejen testimonio de posibles saltos de manifestantes al campo. La radio lo dirá y quizás las redes sociales difundan imágenes que recojan con sus móviles los asistentes; pero la televisión será ciega y muda de lo que es deseable ocultar.

Y lo que es más importante, el partido en la tele no es estrictamente en tiempo real. El realizador y su equipo dispondrán de varios segundos de retardo para modificar la emisión, aunque hayan tomado imágenes de incidentes o protestas sobre el césped. Es una herramienta muy usual en Estados Unidos en los grandes eventos, como la Super Bowl y también en los informativos en directo. También en Eurovisión. Se trata de una medida preventiva muy desarrollada, una censura del directo que se acepta con la misma resignación que la pérdida de libertades por motivos de seguridad. Muy discutible, por supuesto. Se entiende que la televisión no debe ser una baza al servicio de los enemigos del sistema. Y sí, los independentistas son disidentes del poder instituido y todo vale contra sus justas protestas.

Lo que suceda hoy sobre el césped del Nou Camp o en las gradas no será todo lo que usted vea. Será lo que el hombre más importante de España, el realizador de la emisión televisiva, decida que llegue a su pantalla. Tiene órdenes superiores. Es el gran censor. Se llama Oscar Lago y es el presidente de la realidad conveniente.