E lo que fue el partido con el Valladolid poco cabe añadir cuando, pese al resultado y al modo en que se gestó en la segunda mitad, según Marcelino asistimos a una gran actuación de los suyos. El único punto de acuerdo con su análisis sería el que sostiene que los tres puntos debieron quedarse en Bilbao. Por juego y por ocasiones, no hubiera sido injusto. Ahora bien, al final quedó flotando la misma impresión que han deparado tantos partidos asequibles que acabaron en tablas. Procede pues agregar este último a un listado cuya amplitud ha supuesto dar carpetazo a la temporada en términos clasificatorios con una antelación desoladora.

Seis empates en las siete jornadas más recientes dan de sí para extraer conclusiones de cierta enjundia que chocan con valoraciones de corte buenista, condescendientes, exentas de una mínima dosis de autocrítica. Aun concediendo que en ocasiones los entrenadores quitan hierro a sus declaraciones para proteger el estado de ánimo del grupo, no cabe obviar que el mensaje llega a todo el mundo y puede provocar perplejidad, incluso enojo. Y es que pese a que se jugó a puerta cerrada, el Athletic-Valladolid lo dieron por la tele.

Por mucho empeño que ponga Marcelino -estaba encantado, repitió seis veces- el angustiado Valladolid se le revolvió tras el descanso, asumió riesgos, introdujo retoques tácticos que rentabilizó y con el 2-2 siguió atacando hasta el final, lo que no hizo el Athletic La causa del desenlace no estuvo en los errores habidos en ambas áreas, que los hubo, sino en la bajada de intensidad y la incapacidad para recuperar el control de las operaciones o, al menos, articular una respuesta sólida a la desesperada propuesta pucelana.

El partido ofreció aspectos positivos, el primer acto casi en su totalidad merece mención. Los chavales, ambiciosos, volvieron a cumplir arriba, aunque con menos brillo que el día anterior. Cabía esperar que el paso de los minutos les pesara. Llevamos meses escuchando a Marcelino el desgaste extra que implica jugar cada tres o cuatro días, y era el tercer encuentro en una semana para Morcillo, Sancet, Villalibre y Berenguer. A este dato se agarró el técnico para explicar el debut de Nico Williams, era consciente de que debería refrescar las bandas.

No es necesario incidir en el aliciente que para el entorno supone el debut de un canterano. Precisamente por ello para el entrenador es una baza segura. No obstante, la elección es cuestionable si se revisa el contexto. En el banquillo contaba con dos integrantes de la plantilla que pueden ubicarse en un costado: Lekue y Vicente. Uno ya ha sido utilizado en ambas alas, el otro no ha disfrutado de un solo minuto de competición con este entrenador. Recién llegado en enero, Marcelino ya le envió un recado a Vicente a través de los medios. Expuso que lo tenía imposible para jugar con él porque había “muchos jugadores por delante” y que así se lo había comunicado al interesado.

Vicente no ha metido ocho goles con el filial y dado diez asistencias este curso. No, en el Bilbao Athletic firmó 20 en dos campañas, además de servir 30 pases de gol, y en Segunda, en el Mirandés, marcó cinco y dio ocho. Pero no vale para jugar arriba, siquiera un rato con la excusa de que falta gente de banda. Ha figurado en la mitad de las listas diseñadas por Marcelino, si bien nadie ha logrado verle calentar en la banda. Le lleva para completar el cupo y nada más. Tampoco tiene un hermano en el primer equipo. Un detalle más: si este final de liga “no es una pretemporada”, qué razón hay para que Nico salte al campo diez minutos antes que Iñaki estando el partido como estaba.