pecho descubierto. Inesperadamente sin una primera línea ministerial consistente a modo de coraza defensiva. Dando la cara. Sin cortafuegos para amortiguar el golpe. Así ha recuperado Pedro Sánchez el timón de la crisis afgana que perdió por su híbrido tuit y unas alpargatas. Lo ha hecho acompañado por esas gotas interminables de suerte que jalonan su carrera política, a modo en esta ocasión del respaldo de las principales instituciones europeas en la base aérea de Torrejón y, esta vez sí, de una estructurada conversación sin intérpretes con el presidente de Estados Unidos. A partir de ahí se ha bastado solo. Bien es cierto que tampoco necesitaba mucho más. En el tránsito de la angustiosa situación internacional se ha encontrado con la ambigua postura de Pablo Casado, equidistante entre la crítica por el retraso en la respuesta española a la repatriación y en paralelo la indulgencia como tímida reacción de Estado. De ahí su autosuficiente balance de "misión cumplida".

Sánchez ha dispuesto una remodelación socialista de su Gobierno sin músculo político. A tal punto llega tal insuficiencia para marcar perfil propio que Margarita Robles ha cubierto el vacío para descollar con voz propia. La titular de Defensa se ha hecho oír con un verbo directo e incisivo sin volver la cara desde la primera línea de fuego. Relegada hasta ahora a lidiar cuestiones domésticas con el alma podemita y a tranquilizar en voz baja al siempre poliédrico estamento militar con decisiones ponderadas y poco abundantes, esta ministra ha acrisolado la apuesta militar ante quienes la estaban examinando. Y ha salido airosa. Quizá por ello, cuando comparezca en el Congreso para dar las explicaciones que su jefe evita, le pondrá muy difícil la tarea de hostigamiento a la oposición. La derecha reducirá todo su arsenal dialéctico a señalar con el dedo al presidente por no dar la cara.

Siendo también juez, Marlaska se ha pillado el pie con otra repatriación. Ahora bien, tampoco hay un clamor popular contra su polémica decisión. El ministro sabe que lo tiene difícil desde Unidas Podemos, donde le esperan con la guadaña afilada por enésima vez. Le ocurre lo mismo desde medios de izquierda que enseñorean sin descanso las abiertas críticas de la justicia a este controvertido proceso, seguido, sin embargo, con la mayoritaria connivencia de quienes viven la realidad de la frontera marroquí. Por si fuera poco, bastó la rápida agenda de la entrevista entre Sánchez y el presidente ceutí del PP para que Casado se quedara sin munición. En este proceloso caso, tampoco Abascal va a ser beligerante. Como mucho, solo exigirá que jamás se deje entrar a los "menas" y que en el caso de su expulsión, sea sin contemplaciones.

En un tema de evidente desgaste de imagen como el de los menores magrebíes, Marlaska ha estado solo. Este nuevo Gobierno carece de una voz tajante que extinga los focos que le acechan, incluso los contemporice si es menester. Félix Bolaños empieza a hacer sus pinitos por la escena, pero su imagen parece más entrenada para las intrigas de salón y las negociaciones imposibles. Vaya, que se echa en falta la altanería del desaparecido Ábalos o hasta las embestidas de Carmen Calvo para calmar las aguas. Es evidente que el malestar de Iceta al ver relegada su ocupación a mandar tuits de cada uno de los resultados españoles en los Juegos y la Paraolimpiada le aleja de la primera línea de batalla. Desde luego, los prometedores valores municipales que han llegado a los ministerios todavía están muy verdes para fajarse cuando caen chuzos de punta.

Llegan los días de arremangarse. Asoma la mesa de diálogo en Catalunya. ERC ya empieza a calentar motores exigiendo la presencia de Pedro Sánchez para hablar de tú a tú como Gobierno de otro país una vez que Pere Aragonés ha confirmado su lógica participación. Tampoco sería de extrañar que ambos coincidieran siquiera en la primera foto para la historia como símbolo compartido de buena voluntad. A partir de ahí, que los segundos escalones tomen el mando de la situación ante las consecuencias que para el líder socialista tendría un previsible descarrilamiento. Para entonces ya se habrán cruzado los primeros fogonazos de los agentes sociales sobre la revisión al alza del salario mínimo. Esta vez, Yolanda Díaz no lo va a tener tan fácil. Pero quizá tampoco le venga mal para acrecentar su figura política señalar a los empresarios como responsables de impedir que los sueldos más bajos ganen solo un poco más.