ALBERT Rivera se pavonea. Cree que la estratégica derechización de un partido como Ciudadanos surgido de la socialdemocracia ha sido un acierto. Lo piensa porque ahora se compara ensoberbecido con ese PP agujereado como un queso gruyer en su credibilidad y su respaldo electoral. Incluso, alberga la esperanza de que todavía le irá mucho mejor después del crucial examen del último domingo de mayo. Intuye que va a tocar pelo institucional, compartido eso sí, en más de una comunidad autónoma y quizá hasta en alguna capital con pedigrí. Como es lógico, este político de nuevo cuño españolista se parapeta en los resultados del frustrado tripartito trumpista para que nadie a su alrededor le discuta su estrategia. Aquellos que situados en la propia sala de mandos de C’s intuían durante la misma campaña de las generales una travesía del desierto para este pretencioso líder por culpa de su fatídica foto de Colón son quienes se afanan enfervorizados por conquistar Madrid. Las mismas voces críticas que ya empezaban a rendir pleitesía a Inés Arrimadas como nueva zarina comparten ilusionados la aventura de reconquistar el centro huérfano. Desde el desprecio más absoluto al PP, Rivera toca la corneta para iniciar el cuerpo a cuerpo contra su enemigo visceral, Pedro Sánchez, a quien ni siquiera ha tenido la mínima decencia de reconocerle personalmente su holgada victoria.

C’s está en boca de todos, sobre todo de los ilusionistas del rumor. Su acreditada versatilidad camaleónica lo propicia. Solo un líder sin palabra de fiar como Rivera consigue que nadie se tome en serio a partir del verano su reiterativo cordón sanitario al presidente socialista. Los entornos financieros, de hecho, estarían encantados de que volviera a desdecirse o, simplemente, que facilitara la jugada sin torpedeos cortoplacistas al futuro Gobierno del PSOE. Vaya, cualquier cosa que evite de un plumazo la influencia de Pablo Iglesias y la presión soberanista. En el empeño se cuenta con la colaboración voluntarista y sin desmayo de la inmensa mayoría de las empresas de comunicación que le ofrecerían un plácido aterrizaje mediático.

Ni siquiera un día después del recuento del 28-A era imposible descartar en las esquinas influyentes de la Corte el presagio de que C’s acabaría favoreciendo la pretensión de Sánchez de gobernar en solitario. Pero Rivera parece haberse enrocado, como si quisiera hacer creer a los millones de desconfiados que en esta ocasión no va de farol. Bien visto, hasta puede ser verdad porque no tiene ninguna necesidad de pillarse los dedos en medio de una correlación de fuerzas que le favorece. En sus cálculos siempre basados en una escalonada entrega de encuestas, Rivera estima dar el zarpazo definitivo al PP en las próximas elecciones. Tampoco lo tiene muy difícil para avanzar por este flanco. Los populares, el evidente enemigo a batir, son un alma en pena transitando por el calvario de las propias equivocaciones de su intransigente dirección, ahora cuestionada con razón. La magnitud de su estrepitosa derrota solo es comparable al patético bochorno que representa su renuncia al aznarismo para reencontrarse falazmente en dos días con el centro. Mientras el vanidoso césar de Faes sigue sin responsabilizarse públicamente de haber acercado al precipicio al mismo partido que un día emborrachó de poder, su hijo predilecto sonríe desnortado por no llorar. Casado sabe que lo peor está por llegar. El hundimiento económico del PP puede arrastrar al ocaso a una organización desmoralizada, desengañada y con un ansia creciente de revancha contra un equipo de mando autoritario, bisoño y absolutamente equivocado. Mientras centenares de personas abandonan Génova camino del paro, C’s acecha con fuerza para liderar a corto plazo no solo la oposición sino una alternativa de poder, y Vox se ha quedado con el granero de los retrógrados, como preveían todos menos Aznar.

Mientras, Sánchez otea complacido cómo se desgarran sus enemigos a dentellada limpia. No va a mover un músculo para desesperación de Unidas Podemos y nerviosismo del sector más rojo de los suyos. Ni se inquieta. Sabe que su acendrado pragmatismo es la mejor herramienta para el manejo de la geometría variable que se avecina. Juega a favor de la corriente con un partido definitivamente entregado -al susanismo le quedan cuatro telediarios- y enfervorecido por las expectativas que acumula para el último domingo de este mes. Otro que está crecido, aunque se contiene.