frente a otros juegos de mesa como el ajedrez, el mus o el póquer, que requieren gran poder de concentración, reflexión y potentes dotes para el engaño, de niña La oca se me presentaba como el juego ideal para reír y divertirme sin más pretensiones que volar de oca en oca o dejarse llevar por la corriente puente a puente, ni en la cárcel retenida arrumbaba este sentimiento de placer por jugar. Solo había un pero, caer en la calavera, ya cerca de la casilla-meta 63, que te mandaba al inicio para repetir de nuevo el recorrido. Excepto por este esqueleto represivo cual carabinero Salvini de frontera, el paso de la oca casilla a casilla es relajadamente divertido.

Hace unos pocos años, cuando la derecha fascistoide apenas había asomado su patita en Francia, el repunte en otros territorios -Hungría, Austria, Polonia?- provocaba comentarios anunciando que estábamos a pocos centímetros del paso de la oca que retornaba. Aunque la marcialidad de este paso militar pueda resultar atractiva para muchos, esta forma prusiana de marchar en formación solo me hace rememorar desfiles nazis y fascistas con todo lo que llevaban detrás, aunque solo lo haya visto en películas o documentales antiguos? o modernos, como las paradas militares en China o Corea del Norte. Claro que viendo el aumento de efectivos en el desfile del 4 de julio estadounidense me inclino a pensar que a míster Trump le encantaría esta oca para aviso a díscolos navegantes discrepantes. Y qué decir del trato que se da a los que intentan llegar al dorado de Europa o Estados Unidos, que son transformados en delincuentes tan solo por ser diferentes, pobres y necesitados, y junto con ellos, quienes les ayudan.

Para advertir esta añoranza del paso de la oca con meta en la casilla inicial no hace falta irse afuera de excursión, aquí también tenemos esqueletos en nuestras casillas. Los creíamos superados, pero no. Cuando hace ya décadas comencé a escribir en clave feminista con voz femenina y me alegraba de las leyes de igualdad no pensaba que a estas alturas hubiera tantos que desearan (y manifestaran) volver a la casilla inicial de la mujer en casa, con la pata quebrada y sin derecho a rechistar ante un guantazo o una violación. No olvidemos que en nuestra propia rebotica tenemos los desfiles discriminatorios de Irun y Hondarribia, y frente al nuevo Zubigaineko dantza mixto de Lesaka o resoluciones correctoras como la del Supremo sobre la sentencia a La Manada, la realidad es que se jalea a otras manadas dispuestas a volver al pasado. Algo similar podríamos decir sobre derechos de homosexuales, lesbianas y transexuales, a quienes muchos aplicarían una nueva ley de vagos y maleantes. Muy parecido podríamos decir de la libertad de expresión sibilinamente cercenada con arrinconamiento de discrepantes o la persecución al humorista crítico. O con la ikurriña y el euskera catalogados de nuevo como enemigos en su propia patria y origen, la Nafarroa que muchos amamos como madre de Euskal Herria.

Ante estos y otros muchos derechos civiles conseguidos que creíamos irreversibles, da la impresión de que la meta del nuevo ultrafachito español-europeo es volver al Nodo 1959 blanco y negro para ver la inauguración del Valle de los Caídos, edificado según ellos por esclavos felices volviendo a la casilla de inicio, calavera SS mediante.