N ocasiones el lenguaje propicia bromas macabras, como si el doble sentido de las palabras se bañase en las aguas de las travesuras. Ahora, cuando Aena anda enredada con el servicio clínico para la detección del covid en el aeropuerto de Bilbao -se ha cambiado el proveedor de servicios y el nuevo servicio no despega...- es cuando suena, peor nunca, el uso de esa expresión: la terminal. Ya sé que en una terminal aeroportuaria los pasajeros adquieren billetes, facturan sus equipajes y pasan los controles de seguridad. No hay que confundirse: los edificios que dan acceso directo al avión (a través de puertas) son conocidos comúnmente como sala de embarque pero es en la terminal donde todo se tramita.

El término terminal se convierte en algo agresivo y terrible cuando pasa de sustantivo a adjetivo. "Los trámites de embarque fueron rápidos en la terminal" es casi la antítesis de "en media hora antes me detectaron una enfermedad terminal" así que hay que ser precisos con el uso de la palabrita de marras.

Lo que sí parece certero es el lío que se ha formado en la terminal del aeropuerto de Bilbao, donde no cabe la posibilidad de realizar esa prueba diagnóstica que tan a menudo se exige para entrar y salir de los países si uno quiere esquivar la molestia de una cuarentena, una palabra que tanta paciencia implica en la era de las prisas en la que vivimos. Se ha montado un guirigay en los vuelos internacionales mientras salen unos y entran otros (laboratorios científicos para el control y pasajeros en el día a día...) mientras se ajustan los servicios.

Es un problema viejo ese de ajustarse el cinturón con el cambio de contratos. Tan viejo como los orígenes de la civilización moderna. No en vano, hace casi un siglo los hermanos Marx ya bromeaban con estas cosas: "La parte contratante de la primera parte...", ¿se acuerdan? Y así seguimos.