E vez en cuando aparecen en escena discusiones como esta: sobre si es mejor poco hecha o casi cruda o, como dicen algunos, presentada como suela de zapato. Son, por seguir el juego, disputas en su punto. En esta ocasión han estallado después de que el ministro de Consumo, Alberto Garzón, haya reactivado una vieja polémica sobre el consumo de carne, que tan mala fama gasta entre quienes piensan que un buen chuletón es una mala elección para quienes desean una larga vida. La campaña lleva un título tremebundo, Menos carne, más vida, que ha provocado la airada protesta del sector ganadero, convencido de que ese eslogan entra en su porvenir como cuchillo de matarife. Es tal el filo de la navaja por el que transcurre esta disputa que el propio presidente del gobierno, Pedro Sánchez, ha comentado algo así como que un chuletón en su punto es imbatible. Es la guerra de la carne, dicho sea en el lenguaje de los antiguos tabloides o las modernas redes sociales.

¿Es el elevado consumo de carne un veneno para nuestro organismo o son, ese par de tibias y una calavera que algunos trazan sobre kilo y medio de rabadilla, la guillotina para el sector agrícola? Como es costumbre cada vez que un debate se enrarece, lo más probable es que la verdad esté en el término medio. La carne, además, arrastra consigo una leyenda. Todavía quedan con vida un par de generaciones que vivieron tiempos de penuria en los que un par de filetes equivalían a un tesoro sobre el plato. Para muchos de ellos, señalar al chuletón como algo pernicioso es casi un sacrilegio, algo inconcebible cuando hubiesen dado un nosequé por hincarle el diente a ese bocado. Al otro lado están los puristas, que sostienen la bandera de una alimentación sana y pura, inmaculada, por encima de los sabores o los disfrutes del paladar. Son dos trincheras las que pueden batirse en duelo en una guerra sin fin.