YER se apagó la luz de la estancia, esa donde girábamos al son de una danza marcada por el tipo de la nariz grande. Murió el cantante humanista, Franco Battiato, el hombre que, con su voz nasal y medio ronca, nos decía aquello de Y mi maestro me enseñó qué difícil es descubrir el alba dentro de las sombras. Músico, escritor, guionista de documentales y también pintor bajo el pseudónimo de Suphan Barzani, el hombre del renacimiento en el siglo XX era un artista digno de admirarse en un cuadro, dicho sea en días como el de ayer, cuando se celebraba el Día Internacional de los Museos. ¡Ciao, Franco!

Para los tipos raros de mi generación (y alguna más, supongo...), entre los que me incluyo, Battiato ha sido un artista inolvidable. Su recuerdo no es solo un guiño a la actualidad sino el provecho del verso del que le hablaba, el alba dentro de las sombras. Hoy, cuando tanta noche hemos vivido, parece que clarea. Baja el número de contagios y en la calle ya se intuyen, bajo la mascarilla que ya entra en el debate, un puñado de sonrisas. Empieza la cuenta atrás. En este amanecer aparecen soluciones por problemas que quedaron sin resolver a medianoche. ¿Qué hacer, por ejemplo, con aquellas gentes que recibieron la primera dosis de su vacunación en nombre de AstraZeneca? Hace apenas unas semanas, nos repetían que era un asunto peliagudo porque no era nada aconsejable inyectarse una segunda dosis de otros padres farmacéuticos. Incluso ahí comienza a despuntar el alba, Franco. Ya lo ves. Ahora resulta que no solo es fatal inyectar una segunda dosis de Pfizer sino que fortalece las defensas. Clarea, como te digo. En un tono surrealista como el que tú mismo usabas para componer, narizotas.