I tratásemos cada situación peliaguda como un asunto de vida o muerte, ni sé las veces que hubiésemos muerto ya. Y como todos nostros sabemos, solo se muere una vez así que habrá que enfocar los problemas derivados de la pandemia con amplitud de miras. Más allá de llevarnos las manos a la cabeza y poner el grito en el cielo a cada cifra que duele -contagios, hospitalizaciones, el paso lento de las vacunas, los enfermos graves y las muertes entre otras muchas...-, sería oportuno escuchar voces variadas antes de repetir, una y otra vez, el mismo mantra para señalar a los culpables (no los hay, vamos a ver si lo aclaramos de una santa vez ya...), la misma fórmula para resolver un problema que ahí sigue, sin dar un paso definitivo atrás.

Quiere decirse que, ahora que vuelven a teñirnos el futuro de rojo por millonésima vez, igual es tiempo de encadenar pensamientos independientes porque esos son los que suelen hacerte ver los problemas desde todos los ángulos. Y parece claro que algún ángulo se nos escapa en esta triste trigonometría. Si no fuese así el panorama no se pintaría rojo: sería negro oscuro.

Es asombroso en estos tiempos ver cómo cada sociedad aplica sus remedios, como si fuesen tribus orientadas por muy distintos chamanes. Y lo que le deja a uno aún más perplejo es que la misma solución que alivia la carga de un pueblo agranda la de otro cuando se aplica en sus carnes. ¿Por qué? No parece sencilla la respuesta.

No lo es, seguro. Lo que duele es ver como cada cual busca su solución antes que la solución. Y luego los gobiernos, los propios pueblos, se comparan como un hatajo de adolescentes en la ducha, a ver quién la tiene más larga.