A conocida expresión antaño utilizada por bandoleros, maleantes y asaltantes de caminos en Sierra Morena, "la bolsa o la vida", se adapta como anillo al dedo a una gran dicotomía propia de nuestros turbulentos tiempos. Se ha instalado en el acervo popular como una manera de expresar una circunstancia drástica en la que no cabe elegir más que una opción y bien pudiera ser esa una de las amenazas de hoy: que desaparezcan ambas, la bolsa y la vida. La bolsa de subsistencia de la buena gente de la hostelería y la vida alegre que se destila en bares y restaurantes. Ambas ocupan hoy celdas en el corredor, a la espera de una llamada de gracia de la autoridad o que se consiga aplacar la furia de la naturaleza que con tanta fiereza nos azota.

Esa ha sido la noticia nuestra de cada día vinculada a la pandemia que tanto ocupa y más preocupa. De vez en cuando conviene respirar aire fresco y sacudirse la pechera: quitarse los agobios aunque sea con un respiro. Puede buscarse en Barakaldo, donde se han puesto lentillas verdes para mirar a la ría con ojos seductores. Ría 2000 presentó ayer el proyecto de un gran espacio abierto sembrado de verde esperanza. Los más nostálgicos, viendo la infografía que lo anuncia, se pondrán a cantar aquello de Bizkaia es un bello jardín que tanta fortuna hizo en su tiempo.

Pensar que por aquellas tierras reinó ese Gigante de Hierro llamado Altos Hornos y pensar que Barakaldo no tenía ojos para la ría, afanada esa tierra como estaba en llevarnos al progreso por la senda de la industria provoca un nosequé de extrañeza ver la transformación. Campas, bosques, rutas peatonales. Si uno embarcase en la máquina del tiempo y viajase hacia atrás qué sé yo, 15 o 20 años para decir a la ciudadanía que iban a inyectar una dosis de vida verde en aquellas tierras, le hubiesen tomado, seguro, por loco. "Nos jugamos la bolsa, amigo". Y hoy ganan vida.