N tiempos como los actuales los únicos ideales que vale la pena tener son los que puedes aplicar a la vida diaria. Y a todo el mundo, dicho sea para redondeo de la ilusión. Le he pedido prestada la idea al cantante irlandés, Paul David Hewson, o, si lo prefieren, Bono, el líder de la banda U2. Me vino a la cabeza al enterarme de los bonos que se proyectan desde Bilbao como si fuesen agua de regadío para evitar que marchite y propiciar que florezca la economía de calle (comercio y hostelería en mayor medida...), una fórmula que abone la tierra comerciante para días de barbecho. El covid, me comentó hace no demasiado un agricultor, es algo semejante al pulgón, una plaga que todo lo envenena si no lo frena uno a tiempo. Otro cantar es dar con el insecticida adecuado. Un cantar de alta escuela.

La idea de los bonos no suena mal. Recuerda a uno de esos concursantes aventajados que van pasando fases. Al fin y al cabo, el dinero ha de moverse en nuestras manos, de una a otra, como cambian las pelotas de un malabarista del Circo del Sol. ¿Cómo hacer que se agite el manzano, cómo provocar que se mueva el dinero? Era el desafío. Creo que los bonos lo lograrán. Al fin y al cabo, con tal de ahorrar dinero, la gente está dispuesta a pagar cualquier precio. Si con el bono sacas ventaja, ya verán, ya verán... ¡Puede ser un pelotazo!

Es también un tiro al aire. No es fácil saber si esta solución a las finas hierbas va a ayudar a nosecuántas tiendas de ultramarinos, ferreterías, talleres de sastre, tiendas de moda, librerías, teatros o los viejos cafés. Ni siquiera a los bares, estos días en pie de guerra, a veces cargados de razones y otras de desahogos. No es fácil, no. Algunos de esos bares son el bastión de resistencia a la colonización de las franquicias. Allí las finas hierbas no encajan bien. Son bares y tabernas de barrio que han formado parte de nuestro paisaje cotidiano y de nuestro menú diario. A ellos le llegará la hora después.