dos huevos duros..." Ese era el soniquete con el que Chico Marx iba poniendo banda sonora surrealista a una de las escenas más célebres de los hermanos Marx, la del camarote, ¿se acuerdan? Groucho iba pidiendo la comanda y Chico añadía, a cada plato, esa letanía. Al tiempo, en el camarote se iba convirtiendo en un guirigay, como si no hubiese nada más abierto en el barco.

No sé bien por qué, pero esa escena se recrea en mi imaginación a medida que leo las restricciones impuestas como la enésima medida adoptada para frenar el desenfreno del coronavirus. No es fácil detectar al enemigo invisible ni adivinar cuál será su ruta de entrada, así que lo mismo vamos pegando palos de ciego que tomando decisiones sensatas camino del mismo destino, un camarote donde resguardarse de la tormenta vírica.

Poco a poco iremos pasando todos, ya verán, a la espera de que lleguen los camareros científicos con una suculenta ración de vacunas rebozadas que sacien nuestro miedo y preocupación y nos traigan aire fresco. Para quienes trabajan en la hostelería y quienes la disfrutan; para los hombres y mujeres del espectáculo que le dan cuerda al reloj de la cultura; para quienes gustan compartir sueños, sudores y esfuerzos en la práctica del deporte en común; para los pájaros nocherniegos y otras aves noctámbulas; para el gremio sanitario que ve cómo tiemblan de nuevo las aguas y temen el regreso de los tsunamis de marzo; para la gente que vive del turismo y para la gente que viaja; para quienes ya no aguantan, aguantamos, más sin dar un beso o un abrazo... Para medio mundo que hoy vive recluido, maldita sea la gracia que tiene el gag, por muy necesario que sea. Ni una gotita de imaginación.