IENTRAS no cesa el goteo de contagios y sus más duras consecuencias, la muerte, en el vocabulario de la calle cobran fuerza otras palabras acechantes, palabras escondidas a la vuelta de la esquina que de repente, ¡zas!, se te presentan de frente y no ves manera de esquivarlas. Una de las más peligrosas, quizás la más temida de todas hecha la salvedad de aquellas que atañen a cuestiones de salud, es bancarrota. Su sola mención desata un terremoto de preocupaciones, ese tipo de pensamientos persistentes, que se apodera del alma y hace que se centre en un objeto específico, a veces único. Ayer su aparición nos dejó boquiabiertos cuando se anunció que esa fábrica de las ilusiones que es el Circo del Sol se declaró en bancarrota. Solo faltaba que en su lápida tallen un epitafio mortal: Aquí yace la esperanza. Frente a la tentación de soltar un lagrimón por su adiós hay que mostrarse fuertes para el rescate, para hacer que la ilusión renazca. En la pista de actuaciones y, visto a la metáfora, entre todos nosotros.

Un empuje hacia esa fe en salir adelante, eso es lo que hace falta. Cualquier noticia sirve. Por ejemplo, la posibilidad de volver a pisar la ermita de San Juan de Gaztelugatxe. algo que ya es posible. Conviene buscar alivios dónde y cómo sea. No en vano, un simple ejercicio de observación, como si uno fuese un ornitólogo con prismáticos en ristre en pos de una pieza de vuelo insólita, le permite ver que el empobrecimiento en la parte baja y media de la población ha supuesto para la gente multitud de motivos de angustia: ¿acabarán perdiendo su vivienda? ¿Serán capaces de ofrecer a sus hijos una educación que les permita salir adelante con solvencia en la vida? ¿De qué vivirán los padres cuando se jubilen? Cuanta más energía se dedica a esas angustias, menos energías quedarán para no dejarse arrastrar.