ROA a un provenir que vaya usted a saber cuál será, conviene consultar una de las biblias de la navegación marina, los textos de Joseph Conrad. Él fue quien nos dijo que la mayor virtud de un buen marinero es una saludable incertidumbre. Ese es el estado que alcanzamos ahora, en la sexta semana de confinamiento y con el cuaderno de bitácora atiborrado. Conviene echar un vistazo atrás para valorar lo que hemos aprendido, lo que sí nos vale y lo que no. Cada cual tiene lo suyo pero basta un par de conversaciones para ver que hay coincidencias en el rumbo. ¿Acaso no han descubierto ustedes alguien cercano que se alejó a las primeras de cambio y no da señales de vida y, por contra, una vieja amistad que ha reaparecido y te la encuentras ahí, en tu primera línea de fuego, para lo que sea menester? Gente que funcionaba a las maduras, pero que no aparece en las duras. ¡No me digan que no!

Esa disyuntiva se ha repetido a lo largo de todo este tiempo: parejas de las que se vaticinaba que iban a saltar por los aires en un santiamén y hoy parecen en el umbral del primer beso y amores muy queridos que acaban más reñidos todavía. Adolescentes que eran pura adrenalina y hoy aprenden a hacer pan con la tenacidad de un maestro panadero y angelitos estudiantes que son incapaces de adaptarse al ritmo tecnológico de los estudios y se desmandan, hombres y mujeres que no habían leído un libro hace taitantos años y hoy serían capaces de devorar la biblioteca de Alejandría y escritores y escritoras que no encuentran la inspiración en la calma y el silencio. Y suma y sigue, la nómina es tremenda y aumenta mientras esperamos la felicidad que esperamos.

Pero ¿qué es la felicidad?, se preguntaba el filósofo. Una pequeña claridad tras los brumosos laberintos llenos de incertidumbre. Algo de pureza tras la confusión. A eso aspiramos.