UNA leyenda urbana del viejo Bilbao de los grandes bancos, de aquella tierra en la que dicen que pastaba el dinero, atañe a la Torre Bizkaia. La historia se cuenta rápido: hubo un tiempo en que se especulaba con la idea de que ese tono, entre rosado y dorado, de las cristaleras que revestían el rascacielos, tenía su porqué: el vidrio se había soplado con filamentos de oro. Como ocurre con estas historias cuyo origen se pierde en las fuentes de la historia o en los manantiales de la imaginación, a la anécdota cabe aplicarle la vieja fórmula italiana, esa que dice se non è vero, è ben trovato que se usa para justificar una anécdota verosímil que retrata bien a un personaje o una situación.

Las grandes manadas de dinero de las que les hablaba se extinguieron como aquellas otras de los búfalos en las planicies del far west. Su desaparición dejó un espacio libre a campo abierto lo que, bien mirado a la metáfora, puede compararse con lo que ocurre hoy en día con la Torre Bizkaia. Siendo la Diputación Foral la nueva propietaria, la idea suena bien: lanzar semillas de ideas fructíferas para los negocios el futuro. Centro Internacional de Emprendimiento, lo llaman. Suena de maravilla. ¿Cuál es el problema, entonces?

Al parecer el asunto está en los riesgos. Tratándose de una inversión pública, la salvaguarda prevista en los pliegos del concurso, es, al parecer de los interesados, un lance que queda a expensas de la buena ventura o de la fatalidad. Si por lo menos la anécdota de la cristalería fuese cierta y se pudiesen fundir el vidrio para rescatar el oro en caso de que las cosas no fuesen como debían... La Diputación ha decidido estudiar una nueva licitación, más ajustada, al parecer, a las condiciones climatológicas de los nuevos tiempos, es decir de los riesgos que se corren. Admiten que podrán ser negociables algunos parámetros. Ahora buscan valientes.