NO tenían donde caerse muertos y aquel diciembre en el que se habilitó el programa Hábitat Bizkaia les dio algo más que un techo donde caerse vivos, les dio esperanza. Ellos y ellas lo saben bien: la calle es una fiera salvaje que devora cualquier ilusión. ¿Es la calle, para los sin techo, el bulevar de los sueños rotos del que cantaba Sabina? Si no fuese porque suena poético y la calle solo entiende de prosa seca y árida diría que sí. Llega un momento, para muchos de ellos, que la vida cierra por derribo o por jubilación. Y verles levantarse de esa tumba de falta de oportunidades suena a milagro laico. Algo digno de admirar.

Como siempre, habrá voces discordantes. Hombres y mujeres que pregunten el porqué de esa ayuda cuando a ellos también se les hace dura la vida en cuesta. La diferencia está en las fuerzas de cada cual. Cuando uno no tiene alma para la pelea y se deja llevar hasta el arrastre por el duro asfalto sobran los porqués.

Les ves andado por la ciudad, no preguntéis adónde. Vagan sin rumbo cuando tienen aliento para moverse y no se quedan ahí tiesos en una esquina, “como puestos por el Ayuntamiento”, que se decía antaño. Verles poner la lavadora, hacer la cama, cocinarse la cena o abrigarse con una manta es hermoso para quienes creen, creemos, en la justicia poética de la humanidad. No verles en la calle lo es más aún.