eL reto es curioso: mover el esqueleto. La apuesta es un desafío mayúsculo, buscar el cómo. El movimiento, la movilidad, es una demanda de la sociedad desde tiempos inmemoriales, desde días trepidantes como aquellos en los que Galileo Galilei vivió se jugó el cuello por una idea. E pur si muove (y, sin embargo, se mueve, dicho sea en castellano) es la hipotética frase en italiano que, según la tradición, Galileo habría pronunciado después de abjurar de la visión heliocéntrica del mundo ante el tribunal de la Santa Inquisición según la versión del escritor y viajero ilustrado Giuseppe Baretti. ¿Es verdad? ¿No? Sea como sea, el movimiento es un tema que siempre ha inquietado a la humanidad.

La Feria de la Movilidad que se celebra a estas horas en Bilbao no es tan severa en sus juicios como aquella, pero sí busca soluciones para hacer que el personal se desplace con más comodidad cada día. Parece evidente que el coche de San Fernando ya no es apetecible para el ser humano del siglo XXI que busca soluciones que quemen menos calorías y más combustible. Lo más apetecible, según se percibe, es el uso de vehículos sostenibles, motos, bicicletas y barcos apoyados en la electricidad u otras fuerzas dinámicas más sanas. La Semana Europea de la Movilidad es una iniciativa que surgió en Europa en 1999 y a partir del año 2000 contó con el apoyo de la Comisión Europea. Se celebra cada año, del 16 al 22 de septiembre, realizando actividades para promocionar la movilidad sostenible y fomentando el desarrollo de buenas prácticas y medidas permanentes. Hasta ahí, todo suena bien y saludable. El problema, si es que lo hay, es pensar en una sociedad electrodomesticada, un pueblo que cree más en los watios que en los cuádriceps. ¿No sería mejor moverse a golpe de músculo antes que a golpe de pistón? Parece que sí pero, ¡uf!, se suda.