HAY viajes hacia atrás, más allá de las travesías promovidas por la ciencia ficción y las máquinas del tiempo que tanto juegan con la imaginación. Viajes que te muestran cómo fue la vida del ayer o cómo son los lugares donde se sembró la grandeza de Bilbao. Las visitas a ese ayer tienen una singularidad: hablamos de matar el tiempo como si no fuera el tiempo el que nos mata a nosotros. Hoy, cuando la iniciativa de Open House nos invita a visitar los lugares donde se forjó la historia de la villa, llegamos a comprender que recordar es fácil para aquel que tiene memoria y que olvidarse es difícil para quien tiene corazón.

Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Ni nosotros ni nuestros antecesores que nos dejaron huella para que conozcamos lo que pasó, para que reconozcamos cómo se forjó el Bilbao del presente y dónde. Open House nos facilita el acceso a las ganzúas del pasado para que entremos en ese universo donde se labró el camino para llegar hasta hoy y, si me apuran, hasta el futuro que se nos aproxima.

Existen en nosotros varias memorias. El cuerpo y el espíritu tienen cada uno la suya, nos dijo Honoré de Balzac. La memoria de ese Bilbao pasado al que nos invitan es, además de un cuaderno de historia, una página de estilo de Bilbao. Y es bien sabido, si ahora alguno o alguna de ustedes se atreven a visitar los viejos tiempos, descubrirán que las modas pasan. Que solo el estilo permanece.

Nos recuerda Antoine de Saint-Exupery que todas las personas mayores fueron al principio niños, aunque pocas de ellas lo recuerdan. Quizás por eso, para ayudarnos a refrescar la memoria, Open House nos lleva de viaje hacia la infancia, incluso a tiempos pretéritos en los que aún no habíamos nacido. Es una buena propuesta para moverse en el tiempo. No en vano, lo apetecible es tener memoria selectiva para recordar lo bueno de lo que fue, prudencia lógica para no arruinar el presente que es hoy, y optimismo desafiante para encarar el futuro que será.