PERDIDA la inocencia que permitía al ser humano creer en seres mitológicos, sus extraordinarios poderes y sus fantásticas aventuras (ángeles y demonios, dragones y sirenas, hadas y brujas, licántropos o medusas y otros habitantes del reino de la fantasía...) hace falta invocar a la imaginación para ver, en la realidad, algo semejante. Uno puede pensar que el Guggenheim equivale al caparazón de un kronen, ese ser marino fabuloso que habita en las profundidades, que San Mamés se asemeja al nido de una familia de pterodáctilos, reptiles alados prehistóricos, que las gárgolas del claustro de la catedral de Santiago sobrevuelan las calurosas noches de Bilbao... Enfrascados en ese juego, ¿por qué no pensar que la grúa que alivia el tráfico se alimenta de vehículos mal aparcados, averiados, abandonados en la calle, colisionados o embargados como si fuese un dragón del siglo XXI? Es posible.

Viene al caso este juego de imágenes ahora que comienza a trabajarse en el matadero de Zorrotza, acondicionándolo como el depósito en el que van a retirar sus presas a finales de año. Será su nido. Y quien se acerque al viejo matadero correrá un riesgo vital: un tarisco en el bolsillo de padre y muy señor mío.

El traslado del depósito viene dado no por un cambio de hábitos de ese ser depredador, sino porque la reconquista de la modernidad en Bilbao demanda tierra libre en Zorrotzaurre para labrar, sobre aquellos yacimientos de la edad industrial, una tierra fértil y creativa en la que están llamadas a florecer los frutos creativos de un Bilbao de vanguardia. Digamos que los restos del festín de la grúa dan mala imagen en el que será el escaparate de la ciudad en tiempos no muy lejanos. Y digamos, a su vez que, aprovechando la mudanza, los accesos al rescate del vehículo retenido (ya no se habla solo de coches de la misma manera que la ciudad la surcan una legión de formatos de transporte privado como bicicletas, ciclomotores, furgonetas y, al paso que va la burra, patinetes eléctricos que cualquier día los aparcan así, de cualquier modo...) serán más ágiles. Uno podrá acercarse en transporte público y tendrá facilidades para distinguir el vehículo que se le descuidó un mal día. La propia zona, con su urbanización, será más habitable y uno mantiene la esperanza de que las grúas no comen carne humana sino metal. No habrá peligro de muerte.