ES una de esas situaciones que superan la raíz cuadrada, e incluso las ecuaciones de tercer grado o la conjetura de Birch, uno de los problemas matemáticos que han dado el salto del siglo XX al XXI. Sin conocer al dedillo la situación del profesorado en los centros concertados pero viendo -o padeciendo, en algunos casos...- las dificultades por las que atraviesan el alumnado y sus progenitores para salvar el curso uno sospecha que no hay solución para este tema. Vamos, que cada cual maneja y se mira la suya. La situación, digo, no vaya a ser que me caiga una denuncia con todo el peso de la ley tratándose de estudiantes menores de edad.

Llega un momento en que nada parecen importar las consecuencias. Ni una parte del profesorado, que se siente minusvalorado, ni para los estudiantes, que se juegan su futuro en este curso. Como sigan quedándose sin clase van a acabar jugándoselo a los dados, una salida poco recomendable. Si damos por verdad absoluta esa frase que tanta fortuna hizo, “abrid escuelas y se cerrarán cárceles” da un escalofrío el pensar qué ocurrirá si lo que se cierran son las escuelas. No conozco la fórmula mágica que dé con la solución, pero sí entiendo que la situación corre un riesgo: llegar a un punto sin retorno, un día que ya no tenga marcha atrás.