AGARTO, lagarto!, exclaman a estas horas, como si fuese un conjuro, quienes piensan que en los últimos tiempos el Athletic ha perdido ciertas ventajas por sucesivos golpes de mala suerte o de errores individuales, el viejo error humano de toda la vida. Los dos últimos han sido cometidos por dos tipos fiables, Unai Simón y su salida a por uvas frente al Valencia y Raúl García y su entrada en el partido contra el Real Madrid con cajas destempladas. Nadie exento, por supuesto, de levantarse un día con el pie torcido aunque no acostumbren a hacerlo. Y la casualidad, claro que sí, es capaz de encadenar varias fatalidades seguidas. Hay explicaciones más allá de los hechizos y sortilegios, solo faltaba. Y cada cual tiene la suya.

Alrededor del Athletic, y con más profundidad, en torno a Gaizka Garitano, planea la idea, en estos días aciagos, de que los errores puntuales son el árbol que no ha dejado ver el bosque. Y parece bien cierto que los leones han jugado estos dos partidos, frente a Valencia y Real Madrid, con orgullo de valientes, buscando con ahínco ese triunfo de plata pulida que refuerce el ánimo alicaído en la maraña de resultados irregulares y de mensajes apocalípticos, como si fuese a acabarse el mundo para el Athletic y su hermosa historia.

Con ahínco y precipitación, diría. Porque a la espera de que el reloj de horas más felices que las actuales, el Athletic ha caído presa de la dictadura del cronómetro. Vimos hace no demasiado a Unai Simón sacando con la mano y con urgencias en pos de un gol. El error de dársela al rival propició un regalo envenenado que costó la derrota. Acaba de suceder algo parecido. Tras una serie de partidos en cuarentena para él, le anunciaron a Raúl García que iba a jugar de titular. Parece lógico pensar, visto que Villalibre estaba recién marcado en Valencia, que no era un castigo para el joven que le había volado el puesto sino la apuesta por las artes del viejo zorro. Tú eres experiencia, imagino que le dirían a Raúl en las previas. O algo así.

Y uno imagina a su corazón boxeándole dentro del pecho, acelerado. Quizás se preguntó si aquella no sería su última oportunidad para defender el trono, la tierra que se ha ganado en años de porfías y sed de gol, la leyenda que se ha forjado de ser eso que llaman "un tipo duro". Seguro que en su reloj futbolístico ya ha intuido la cuenta atrás y Raúl, incapaz de arrojar la toalla por amor propio, salió al partido como lo hizo: con el cronometro en la mano y la necesidad no ya de ganar tiempo sino de recuperarlo.

Así que miremos la carta de navegación de los últimos días para entender cómo es posible que el Athletic caiga en un tic, en un clic, en un descuido tras dos buenos partidos. A Garitano le han repetido hasta la saciedad que estaba en la peligrosa hora de los ultimátums; al equipo entero que hace falta ya una victoria (y el propio Simón, como baluarte de la misma, entró en las prisas...) y a Raúl García que quizás su tiempo haya pasado ya. Siempre el cronómetro y sus exigencias, esa terrible obsesión por el récord, por el número, por las cifras que todo lo igualan.

Ese sentimiento hace daño al Athletic en el tuétano, en su raíz. Se le pide a un equipo en formación que lleguen ya, pero ya, ya, los resultados, los números. En el fútbol profesional es lógico y necesario. Pero si alguna vez el Athletic enorgullece a los suyos es cuando poco a poco o en desmelenes, rompe los ritmos y toca la gloria. A su manera. Única.