ADA infancia ligada al fútbol tiene su memoria que se plasma de la misma manera en cualquier latitud: la recitación de una alineación que se tararea como una canción de juegos. La mía, sin ir más lejos, era esa que decía Zubizarreta, Urkiaga, Liceranzu, Goiko, De la Fuente; De Andrés, Gallego, Urtubi; Dani, Sarabia y Argote. Aún se sostiene que cuando una afición es capaz de recitar un once tipo de su equipo, el técnico ha triunfado, ha impuesto un estilo y ha sido capaz de escoger, entre su plantilla, un grupo que funciona como un clan, como una familia que se quiere o una orquesta que no desafina.

La historia es vieja y hermosa pero me temo, para desgracia de los clásicos, que ha perdido vigencia. Primero, porque la sobrecarga de partidos agotaría al más pintado, en el supuesto caso, y eso ya es mucho suponer, que cada uno de los jugadores hubiese mantenido incolumes sus virtudes sacando siempre conejos de sus chisteras. Y segundo porque si un equipo presentase siempre la misma fórmula para el elixir de su éxito sería más sencillo para sus rivales dar con el antídoto. Daba la impresión de que en su empeño de mantener en pie a su guardia pretoriana (Los cinco de atrás, Dani Garcia, Raúl Gacía e Iñaki Williams parecían inamovibles...), llueva o haga sol, Garitano demostraba ser un técnico de la vieja escuela. Es un realidad que ayer funcionaba mejor que hoy, sin que por ello quiera decirse que esté inutilizada. Hemos visto jugar de memoria al Barça de Guardiola, por ejemplo. Pero el fondo de armario permite variaciones y maniobras de distracción. Hace el fútbol mas imprevisible aún.