N los modernos viejos tiempos, cada vez que el Cádiz llegaba a San Mamés el fútbol era una fiesta. Al conjunto andaluz le acompañaban un puñado de seguidores con chirigotas en sus celebraciones, buen humor exportado de las tierras del sur y la alegría corriéndoles por las venas. A ello hay que hay añadir que se juntaban en su once un escuadrón de superhéroes que pertenecen a la mitología del fútbol; Carmelo, el Beckenbahuer de la Bahía; Juan José, a quien se le conoció por Sandokan; Mágico González, capaz de hacer que la pelota desapareciese de la vista de un defensor para aparecer en el fondo de las mallas, poco minutos antes de acostarse para la siesta... ¡en el descanso del partido! y jugadores así. Lo dije, el fútbol era un fiesta.

Hoy este deporte está en fase de cuarto menguante en lo que a la luna de las alegrías se refiere. Por culpa de la pandemia las aficiones ya no se congregan ni se encuentran unas con otras y el eco de las voces de los jugadores -¡mía!, ¡deja!, ¡pasa!, ¡hostias!, ¡ay,ay,ay!, ¡mierda! y onomatopeyas...- no tienen nada que ver con aquel legendario, "oiga usted, oiga usted, el eco de San Mamés" que cantaban nuestros mayores.

Tampoco los jugadores son los mismos. Es curioso, en días de ausencia como estos, cuando acabamos de oír a Segura, el entrenador del Cádiz que hoy regresa a San Mamés, intuir que el Athletic es uno de los equipos más damnificados por esa ausencia. En los últimos días, váyase a saber por qué, hemos escuchado algunas voces del vestuario pidiendo a la afición un voto de confianza. Para hacerse con ese sufragio hará falta, digo yo, una campaña seductora y un discurso ambicioso con el balón. La cuestión es que los jugadores temen no sentir ese empuje de la afición de tiempo atrás y el fútbol les recuerda, cada día más, a una larga, muy larga, jornada de oficina bien pagada, muy bien pagada. La afición tampoco se envenena con ese ir en comunión, ese cantar en común y ese creer en los milagros al alimon y caen, caemos, en el bostezo y el tedio. En eso estamos. Aburridos como una ostra. Alguien tendrá la culpa.