Visto lo visto, no hay duda de que los tan ilustres como ensalzados "padres de la Constitución" pretendieron solucionar las tensiones periféricas dejando al azar a perpetuidad la patata caliente del Estado de las Autonomías. Mal o bien, aquel café para todos se fue consolidando gracias a que la nueva configuración fue aceptada sin rechistar por la mayor parte de las denominadas en la Constitución Regiones, territorios en los que ni siquiera había conciencia de singularidad ni reivindicaciones de autogobierno. Otra cosa fueron las denominadas Nacionalidades, para las que quedó muy corta la interpretación que desde el primer momento dio el poder central a sus Estatutos. Es penoso comprobar cómo después de cuarenta años es absolutamente preciso negociar, siempre desde la inferioridad, para que se cumpla la letra de lo establecido por ley.

En lo que nos toca, el Estatuto de Gernika hubiera quedado en el limbo de los contratos arrumbados si a la prepotencia y el recelo centralista de los sucesivos gobiernos de España no se hubiera respondido con el arte de la negociación del PNV, no exento de astucia y sentido de la oportunidad. A trancas y barrancas se ha ido rellenando de contenido el Estatuto en la medida que el PSOE o el PP han necesitado de esos votos para sacar adelante sus gobiernos. Y si en el Amejoramiento del Fuero navarro quedan aún flecos de entidad sin cumplimentar, se debe a la desidia de quien ha gobernado la Comunidad Foral durante décadas, esa UPN que nunca creyó en las libertades soberanas de Nafarroa.

En esta ocasión, y por primera vez, las dos formaciones vascas con grupo parlamentario, PNV y EH Bildu, han empleado sus armas de negociación con el Gobierno PSOE-Unidas Podemos, y han salido más que airosos en ambas gestiones. Se trataba de la aprobación de los Presupuestos Generales, y han sabido hacer valer sus votos, aprovechando la necesidad del gobierno de turno.

El PNV, partido ya bregado en estas aventuras, ha jugado sus bazas como suele, presentando una lista de demandas todas ellas correspondientes a la "agenda vasca". Como se precisa en toda negociación de provecho, los jeltzales plantean reivindicaciones concretas, muy precisas, y llevan a la mesa de pactar a las personas idóneas. Una vez más, el arte de negociar ha dado sus frutos y el PNV ha rentabilizado sus votos con éxito. Hay que reconocer que esa capacidad de entenderse con gobiernos tan dispares -y tan necesitados, añádase- ha aportado para Euskadi importantes cotas de bienestar y de autogobierno. Contra esta práctica negociadora ha arremetido durante décadas de forma tan despectiva como injusta la izquierda abertzale, acusando al PNV de práctica humillante y pactos claudicantes por un plato de lentejas. A Madrid, ni a heredar, venían a proclamar.

A la vista de los éxitos objetivos y las ventajas logradas en beneficio del autogobierno de Euskadi mediante el arte de la negociación en Madrid, sobraban esas críticas. Sobran, también, las suspicacias por el hecho de que EH Bildu haya entrado por fin en el mismo terreno de rentabilizar sus votos en el Congreso. Sea bienvenida la nueva actitud negociadora de EH Bildu comprendiendo que no es malo apoyar con sus votos al Gobierno de España si con ello se logran demandas de progreso para la gente. La izquierda abertzale ha jugado con inteligencia sus bazas aceptando participar en la misma actividad negociadora que tanto vilipendió, ganando así el prestigio político que tanto necesitaba. Y, de paso, ha provocado una nueva explosión de intolerancia, de hipocresía y de impotencia histérica en una derecha política y mediática que les hubiera preferido ilegales, presos, muertos incluso, antes de reconocerles su derecho constitucional a pactar en el Congreso.

Lo otro, lo de justificar el apoyo a los Presupuestos para acabar con el régimen español o para lograr la república vasca independiente, pues eso, entiéndase, consumo interno para apaciguar dudosos y leña al mono para encabritar a los contrarios.