No cabe construir ningún proyecto político desde lo negativo, desde el desprecio o desde la prepotencia. La suma ya excesiva de gestos políticos va-cuos y demagógicos ha de ser sustituida por una nueva cultura democrática anclada en el diálogo y la negociación, por responsabilidad y por liderazgo social, necesarios para solventar problemas estructurales como el de la distribución territorial del poder político en el Estado español o el acomodo de las realidades nacionales que coexisten dentro del mismo, por citar solo dos ejemplos de viejos problemas sin solución.

Recordaba hace unos días el escritor Muñoz Molina que el edificio de la convivencia es más frágil de lo que parece y que cualquier complicidad o jugueteo de baja política con los incendiarios de la revancha -Vox representa el máximo estandarte y exponente de esta perversa corriente- equivale a una capitulación, anticipa la derrota de la convivencia y anticipa una política más centrada en encontrar excusas para reprimir que para dialogar, consensuar, debatir y conciliar soluciones para la convivencia.

Tal y como de forma impecable describió Don Manuel de Irujo, no cabe proyecto político alguno que desoiga y desatienda los Derechos Humanos. Nuestro reto colectivo, tan ilusionante como posible, es construir un proyecto de nación vasca ni frente a nadie ni contra nadie sino como espacio de encuentro, de solidaridad, como promesa para los más débiles, como lugar de reconciliación, como espacio de integración para todos -también para los inmigrantes-, como lugar para hacer realidad el reto de la paz definitiva y la convivencia plural.

Y en este contexto catártico solo es posible vertebrar el país social y políticamente si se fortalece sin complejos y se trabaja por la consecución de pactos políticos y sociales transversales y transformadores.

Frente a ello, y en el marco de la política española, parecemos asistir a una suerte de carrera para tratar de apropiarse de la noción de patria. Ésta parece ser la última ocurrencia de ciertos líderes políticos con el objetivo de asentar una doctrina política que se caracterice por distinguir y evitar confusiones entre lo que sería un nacionalismo bueno, es decir, el patriotismo español, frente a un nacionalismo calificable desde su perspectiva como patológico y rancio -el vasco o el catalán, entre otros-.

La identificación de ese nacionalismo malo y de la ideología en que sustenta sus postulados políticos con una dimensión egoísta, insolidaria y excluyente de la política busca en realidad conducir a su estigmatización y a su demonización.

Desde esta efervescente perspectiva de neopatriotismo español todo queda invadido por discursos tan enfáticos como huecos y vacuos, inmensas dosis de maniqueísmo populista frente al que cabe reivindicar y defender que el sentimiento identitario es plenamente compatible con el valor del encuentro y al mismo tiempo debe impedirse la absolutización de lo colectivo, ya que los derechos de las naciones no se construyen contra los derechos de las personas. Las comunidades con percepciones y sentimientos de pertenencia nacional como la nuestra, la vasca, deben trabajar por lograr un proyecto político democrático, participativo, incluyente, cosmopolita y pacífico por convicción democrática y porque las identidades y los sentimientos de pertenencia son hoy días múltiples y más abiertos que nunca. Ese es nuestro reto frente a la ola de populismo que nos rodea.