MAÑANA se vota en Madrid y a nadie se oculta que no son las elecciones autonómicas de una minilegislatura de dos años -que ya tenía su chiste, dado que el Estatuto de la comunidad establece que unas elecciones anticipadas no retrasan la fecha del final de legislatura previsto-. Ni siquiera es solo el banco de pruebas de las próximas generales, sean estas el año próximo o no. Madrid examina el grado de efectividad del nuevo panorama discursivo, de la oferta de las fuerzas que aspiran a liderar la sociedad. Veremos si -en el microcosmos madrileño, donde las leyes de la física política y social se comportan de un modo caprichoso a veces- el miedo y la repugnancia hacia el discurso nacional-clasista y ultraconservador de la derecha desacomplejada es suficiente para ponerle techo y rescatar el centro para la política. O si socialmente pesa más la pandemia ausente en campaña o el derecho inalienable a viajar y tomar cañas allí donde la muerte ha campado a sus anchas muy por encima del resto del estado entre políticas de festival. Veremos si las dicotomías libertad-restricciones y fascismo-antifascismo mueven o desincentivan el voto. Si las izquierdas profundizan en sus divisiones tradicionales y las derechas en sus confluencias interesadas. Si hay que estar esperanzados o aterrorizados.